No es romanticismo, ni sentimentalismo, pero hay algo de esto que pega justo en casa, cuando Leithauser canta entre austeros rasgueos de una guitarra acústica: Oh golden dreams, golden dreams, all lose their glow. I don't need perfection, I love the whole. Esta oda hacia la imperfección, este estandarte, esta -y disculpen la pobre elección para adjetivar- porra, abre un bellísimo y nostálgico disco. "We Can't Be Beat", entre susurros que se salen de los convencionalismos a los cuales hemos sido acostumbrados a lo largo de seis discos, levanta el espíritu e invita a proseguir con lo que, yo llamaría, un álbum fotográfico traducido a poco más de 40 minutos de puro placer musical.
¿Me emociono con las adulaciones? Disculpen, pero no es para menos cuando se trata de la banda que me ha acompañado desde hace casi una década. Esta es mí banda, y no lo digo en un tono egocentrista, sino en el sentido del cual, cuando alguna canción se llega a escuchar, alguien dice: "es que es tan tú". The Walkmen es tan yo, y yo los he escuchado desde el mero inicio. Heaven es punto culmen de la evolución de una banda que difícilmente ha tocado punto malo. Este paraíso al cual alude el título, está lleno de imperfecciones, paradojas, momentos agridulces, cariño, nostalgia, discordia, una constante dicotomía amor/odio, odio/amor. "Love Is Luck" hace frente al falso encanto del amor en ese paraíso desprovisto de perfección, ante una melodía bastante amena y feliz que confunde y engaña, en donde se declara, que no hay destino, solo buena suerte. Por otro lado el contrapunto "Heartbraker" con más dinamismo que las canciones anteriores, no se aleja mucho del tema, en donde, si bien el amor es suerte, que mejor que haga uno su suerte al adaptarse a un estira y afloja en eso del compromiso. "Southern Heart" y "Line By Line" muestran el silencio que difícilmente se hubiese encontrado antes, cuando en la primera, al cantar con veneno en la boca "tell me again how you love all the men you were after", Leithauser es acompañado solamente por un sordo strumming de la guitarra acústica y en la segunda es Paul Maroon quien toma el protagonismo en ese sonido tan walkmeneano tan sólo para cederle un papel secundario a Leithauser.
"Song For Leigh" marca un desprendimiento y toca una nota particularmente dulce al dedicarle Leithauser un espacio a su hija en el álbum con esta canción, misma que funciona simbólicamente hacia el resto de la familia Walkmen, rompiendo con el mito de que los 'rockstars' viven en el desmadre sin compromiso, ni responsabilidad. "Nightingales" es un retorno al pasado, quizá evocando un poco a Bows + Arrows, mientras que "Jerry Jr.'s Tune" es un constante hum de voces nocturnas acompañadas de una guitarra bluesera. Matt Barrick da comienzo a la parte climática del disco con "Heaven" y ese tu-pa-tutu-pa que los tendrá soñando ante esa fluidez rítmica siempre tan sugestiva en la canción medular del disco, un especie de manifiesto que funciona a manera de legado o patrimonio hacia todos aquellos que los hemos escuchado a través de los años. Reservado para el final de la velada, la guitarra de Maroon nos llena la cabeza ante sus hipnóticos riffs en "No One Ever Sleeps", justamente para dejarnos despiertos ante la imaginería de chivos, caras sonrientes y niños corriendo.
Heaven se aleja totalmente del caótico mundo que The Walkmen construyó alrededor de sí en Everyone Who Pretended To Like Me Is Gone y se acerca más a la fusión del balance perfecto entre la energía que despide cada uno de ellos, la letra y siempre la brutal honestidad del sonido tan característico, que ha logrado mantenerse fresco aun después de 10 años. Heaven es la búsqueda y el encuentro del paraíso jamás perdido, el paraíso imperfecto y enteramente humano.
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