La suerte anima las partículas más peque- ñas del universo: el centelleo de las estrellas es su poder, una flor de campo sin incantación.
El calor de la vida me había abandonado, el deseo ya no tenía objeto: mis dedos hostiles, do- loridos, tejían siempre la tela de la suerte.
Al reconocer a la suerte tan nauseabunda an- gustia, tenía el sentimiento de llevarle el hilo que faltaba.
Feliz, yo era su juguete, era su cosa, ELLA era el sol en la espesa bruma de mi desgracia.
La había perdido, pero conociendo los secre- tos de las palabras, mantenía entre ella y yo el lazo de la escritura.
La suerte está velada en la tristeza de este libro. Sería inaccesible sin él.
Georges Bataille en El Pequeño
Hoy aplico la de Jarmusch... he tomado la voz de Bataille prestada mientras me nacen ideas propias. O mejor dicho, mientras organizo el caos de ideas que ya me provocan dolor de cabeza.
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