martes, 27 de julio de 2010

(sin título)

Si son constantes lectores de este humilde blog, sabrán que su servidora, esta muchachona chaparra y curiosa, yo, soy una verdadera melómana, osease, una completa y absoluta obsesionada, traumada, enamorada, de la música. La música es mi todo, o mi segundo todo. Bueno, no entraré en clasificación, pero sí ocupa un lugar MUY importante en mi vida. La música me sigue a todos lados; siempre escucho música, siempre traigo una canción en la cabeza, mis pies inevitablemente siguen el ritmo de las melodías, amén de que en donde me encuentre reine nada más que el absoluto silencio. No es distracción, no es locura, es un complemento, es mí complemento. Yo no soy yo sin ella. Aunque yo no la busque, la música me encuentra, me busca y siempre llega en el mejor de los momentos, con el mejor de los consejos; sabe cuándo quiero reír y cuándo quiero llorar, cuándo pido concentración y cuándo distracción. Incluso sabe callar cuando necesito ese momento (nada común) de completo silencio y abandono, aunque llegue muy, muy esporádicamente.

Puedo platicar largo y tendido sobre el tema. Incluso puedo llegar a discusiones sobre ello. Los debates musicales me deleitan y encuentro gran placer en las personas que comparten esta misma obsesión, sobre todo cuando logran tener la mente abierta para probar y saborear diferentes cosas. Y creo que el tema no es algo que uno pueda llamar ridículo, sin sentido, pérdida de tiempo. La música ha estado presente en la historia por siglos y siglos y siglos, la ha recorrido hombro a hombro con el hombre, y con más razón aún, con nosotros, contigo, conmigo. No conozco a persona que diga “yo odio la música, no la soporto”. No lo sé, tal vez ustedes conozcan a alguien así, pero a mí me parece una idea bastante extraña por sí misma.

La vida sería tan seca, tan pesada si no tuviera ese eterno acompañante de dulces y embriagantes melodías. Viviría deprimida y sin inspiración. Mi creatividad se vería reducida al mero polvo de una débil imaginación. Incluso los sueños se convertirían en estáticas imágenes a blanco y negro. Estoy segura de que todos tenemos una canción (o muchas) que nos definen. Que cuando personas que nos conocen la escuchan dicen: “mira la canción de fulano o sutano”. Todos hemos sido presos de los recuerdos y la nostalgia cuando escuchamos esa canción. Por ejemplo, siempre que escucho “Michelle” de los Beatles, puedo recordar, como si fuera ayer, el estar tumbada panza abajo sobre la vieja alfombra que cubría el piso de la sala de mis padres cuando tenía 8 años y sentirme fascinada ante lo que escuchaba, y que cada vez que terminaba la canción, aplastaba el Rewind de la casetera y la volvía a escuchar, así hasta que podía yo cantarla de memoria, incluso los versos en francés. O cómo la primera vez que escuché el “Peace Train” de Cat Stevens, estaba en la camioneta de mi tía circulando por las Lomas en el DF, y sentí que la piel se me ponía chinita ante la letra de la canción y el sonido de la guitarra. O la primera vez que escuché “The Rat” de The Walkmen, sentí como todo lo que tenía embotellado muy dentro de mí, salía en una explosión de gritos y golpes sobre el volante de mi carro al ritmo de la batería y la guitarra, y que después de 5 veces de escucharla seguido, pude cantarla a ronca voz, sintiendo el poderoso y maravilloso efecto de la catarsis. En fin, podría continuar con la lista, pero creo que jamás terminaría; una vida entera podría contarse a través de canciones...

lunes, 19 de julio de 2010

Heaven's on Fire por The Radio Dept

Este es el segundo track de Clinging to a Scheme, la canción es "Heaven's on Fire" y podrán escuchar en ella el pequeño discurso del cual ya les había hablado. ¡Disfruten!

Un disco nuevo por The Radio Dept

"People see Rock & Roll as youth culture and when youth culture becomes monopolized by big business, what are the youth to do? Do you have any idea? I think we should destroy the bogus capitalist process that is destroying youth culture".

Una maravillosa idea, ¿quién no ha pensado en destruir el sistema capitalista que tanto daño ha hecho a la sociedad? También, me encanta la idea del monopolio sobre la música, lo creo altamente ridículo; aunque incontables cantidades de hombres trajeados han intentado poner un alto al ir y venir de la música "gratuita", el peer-to-peer network y todo ese mundo que vive bajo la filosofía del "amor es compartir", jamás lo lograrán. Poner límites a algo tan grande, tan universal como la música, es sencillamente estúpido y algo que jamás sucederá. Y no es por entrar al debate de si esto es o no robar al artista, yo creo que no, porque de una manera u otra, es promoción hacia su obra. Las disqueras y los llamados labels son los que roban, estafan y transan al artista, pero los fans, los amantes del arte, los seguidores, el público no... ese no.

Blah, blah, blah... dejando aquello de lado (que no es la razón por la cual me asomé por aquí, aunque es muy interesante el tema), hace un par de días me topé con el nombre The Radio Dept. Jamás había escuchado nada sobre ellos, ni leído nada sobre ellos y con el simple nombre me llené de curiosidad, así que busqué Clinging to a Scheme, su más reciente álbum, lo escuché y lo amé, como todos los discos que por aquí les comparto. Simplemente ese pequeño discurso sobre el monopolio a la música, la influencia del capitalismo en ella y la cultura del Rock siendo algo que siempre ha pertenecido a la juventud, bueno, en realidad a todos, pero algo con lo que la juventud se identifica, sólo con eso me enganchó. La teoría literaria tiene un término para definir ese enganchamiento... espero recordarlo.

The Radio Dept es un trío que ha suplido el bajo y la batería por el sintetizador. Es una banda que usa, reusa y renueva cierto sentimiento musical ochentero y lo matiza con ciertos tonos influenciados por Joy Division y lo que a mi parecer se siente un poco a The Jesus and Mary Chain en "Just Like Honey", sin esa densidad emocional que tan palpable se sentía en ambos casos. No, aquí todo es más ligero, introvertido, nostálgico (tal vez), romántico, hasta sentimental en veces. "This Time Around", tercer track del álbum, abre con un sonido de batería Lo-Fi que recordará a las baterías de Stephen Morris. Por otro lado, en "The Video Dept", aflora lo que a mi parecer es un eco de The Jesus and Mary Chain, aunque ese punto está abierto al debate, ya habrá alguien que me desmienta. Clinging to a Scheme me pareció un muy buen álbum de principio a fin, salvo por "David", una canción que me sacó del hilo musical que ya iba creando, el ritmo parece sacado de algún capítulo del Príncipe del Rap (¿alguien se acuerda del programa con el que Will Smith comenzó su carrera artística?). Fuera de "David", los 34 minutos que compartí con esta fabulosa banda sueca fueron maravillosos, llenos de oxígeno y recuerdo. Un muy buen álbum para las decadentes vacaciones veraniegas.

miércoles, 14 de julio de 2010

Metiendo la nariz por aquí...

¡Hola! Me he dado una vuelta por aquí, siendo que ya lo tenía un poco o un mucho abandonado. Eso del calor, las esporádicas lluvias, las buenas y las malas noticias, ayudan en gran parte a la sequía de ideas, opiniones y demás que seguidamente terminan en writer's-block. Esta semana he estado, y me veré en la posición de permanecer en completo y absoluto reposo por órdenes del médico, así que me dedicaré a escuchar muchos discos nuevos que he encontrado por ahí; cosas muy interesantes y raras como Cosmogramma, el nuevo álbum de Flying Lotus. Álbums absolutamente bellísimos como Renmin Park de Cowboy Junkies o el popero, feel-good por excelencia Jack Johnson con su nuevo To The Sea. Pero ninguno de ellos me gustó tanto como The Reluctant Graveyard por el cantautor Jeremy Messersmith.

De los 11 tracks que el álbum incluye, "John The Determinist" me dejó encantada. Una melodía lidereada por el sonido fuerte y vibrante del cello con un toque de melancólico violín y la increible voz de Messersmith. Es una canción densa, rebosante de imaginería, como bien debería ser la letra de una canción. Pero las joyas del álbum no se detienen aquí, siguen a través y a lo largo de 32 minutos de puro éxtasis musical, como en "A Girl, a Boy and a Graveyard", en donde se nos transporta a un cementerio, justamente como dice, con un chico y una chica, muertos, en un sentido completamente metafórico. ¿Qué hace uno en esta vida? Vivirla, todos morimos, pero no todos la vivimos... Underneath the concrete sky, Lucy puts her hand in mine, she says: "life's a game we're meant to lose, but stick by me and I will stick by you". Es una verdadera maravilla cuando uno se topa con este tipo de música o con este tipo de canciones que nos pegan de lleno en la cara y nos mueven y remueven las tripas y el corazón. Me gusta, me gusta como me hace sentir.

"Parece Simon & Garfunkel", me dijeron y es cierto. Es como si aquella poética marihuanesca del folk rock americano de hace ya algunos ayeres, encarnado en (obvio) Paul Simon y Art Garfunkel, haya recaído, cual fortuita herencia, sobre los hombros de un increíble talento como el de Jeremy Messersmith y en este The Reluctant Graveyard, se da vuelo con lo que puede hacer, tanto en la música como en la letra. Absolutamente refrescante para estos días calurosos en los que escasea tanto la sombra como la buena música.

Aquí abajo, la portada del álbum, que no sé ustedes, pero a mi me recuerda a los grabados de José Guadalupe Posada...

lunes, 5 de julio de 2010

Rushmore, Wes Anderson

Hace poco vi por primera vez Rushmore (Tres es multitud, 1998) del más que brillante director tejano Wes Anderson, su segundo largometraje precedido por Bottlerocket, la película que lo lanzó a la fama, gracias a James L. Brooks, quien tuvo la fortuna de descubrir el talento narrativo de Anderson y Owen Wilson (ambos eran compañeros de escuela y se dedicaban a realizar guiones y cortometrajes). Esa mancuerna funcionó nuevamente con Rushmore y con la cual tanto Anderson como Wilson obtuvieron notoriedad y respeto dentro de la industria cinematográfica, tanto por sus habilidades narrativas, como por la dirección o la actuación (esto en el caso de Wilson quien más tarde se consolidaría como actor). El director parece no haber sido afectado por la creciente y crónica falta de originalidad entre el séquito de directores, productores y escritores hollywoodenses que parecen sufrir de él, al contrario. Anderson, o si cariñosamente le quieren llamar Wes, como yo lo hago, es un creador en el amplio y profundo sentido de la palabra; un innovador, un visionario y un artista. Sus películas no se sienten como un conjunto de procedimientos técnicos, ya saben, mucha faramalla tecnológica para quitar la atención de una historia que nada ofrece.

Rushmore, es la historia de Max Fischer, un excéntrico muchacho que vive en una constante fantasía sobre él mismo, recreando la realidad que no acepta como suya, al ser el hijo de un pobre barbero. Tras ser acreedor de una beca, Max logra entrar a la muy prestigiada, y un tanto elitista, academia Rushmore, el más grande amor de Max, ya que representa todo aquello que él no es y quiere ser. Es, en verdad, una pasión para él y se desvive por el colegio, creando grupos y participando en una exagerada cantidad de actividades extracurriculares, lo cual termina por convertirlo en el peor estudiante que jamás haya entrado a la academia. Ahí es en donde conoce a Herman Blume, un rico y exitoso empresario que vive infeliz a causa de su familia con quien no encuentra relación alguna, fuera de la relación sanguínea, pero que en Max encuentra a su mejor amigo. Max conoce también a la Srita. Cross, una maestra de preescolar, inglesa, hermosa y viuda, y de quien se enamorará perdidamente. A su vez, ella se enamora de Blume y Blume de ella, creando un triángulo amoroso que terminará por cargar el resto de la trama hasta el clímax de la película.

Bill Murray interpreta a Herman Blume, papel con el cual dejó detrás, muy, muy detrás, su vida de cazafantasma y con el cual le demostró y le restregó a la crítica americana (y a la del mundo entero para esto) que él sí sabía actuar, que esa es su vocación y que es una chingonada en lo que hace. Demuestra qué tan multifacético puede ser y que se desarrolla tan bien en el drama como en la comedia, incluso mejor. Su actuación es perfecta y mantiene una muy buena dinámica con Jason Schwartzman, quien interpreta a Max Fischer, formando una especie de odd couple. Rushmore es la presentación de Schwartzman al cine. Puede ser un nombre no muy conocido, ya que se ha mantenido con pequeñas películas de arte o independientes, pero que en cada una de ellas es capaz de robar escena, como es el caso aquí. Tanto él como Murray, se han convertido en actores “fetiche” de Anderson, quien generalmente los invita a participar en sus películas, especialmente Murray quien ha aparecido en 5 de las 6 películas que el director guarda bajo su axila.

Las historias de Anderson son inconfundibles y siempre giran en torno a una misma carga temática, ya sea la familia, la amistad, la soledad, la redención, el cagarla y volverse a levantar, el perdón y el vivir la vida; trata cada uno de estos puntos con un laconismo que maravilla y extraña, que divierte y nos empuja a la contemplación. En este caso, un bien podría terminar odiando a Max por desear a la maestra Cross de una manera tan enfermiza, pero al final, uno se identifica con el sentimiento de soledad o confusión por el cual podría estar pasando. O también si tomamos al personaje de Blume, quien vive en un constante estado de depresión gracias a la bestialidad de hijos irrespetuosos que tiene o la esposa que parece odiarlo y ponerle el cuerno frente a su cara, y que de todos modos, logra encontrar todo lo que le faltaba en la amistad de Max o la mutua atracción entre la Srita. Cross y él. Cuando el personaje de Murray salta en escena, uno no sabe si reír o llorar ante la melancolía reflejada en su rostro.

Rushmore es una película que corre a un ritmo melódico, nada lento, nada torpe. El ojo de Anderson nos proporciona una poética visual rebosante de melancolía, con encuadres perfectos y ambientes musicales que hechizan; si bien se puede decir que Anderson es un director prodigioso, también se puede mencionar, o se debe de hacerlo, que él es un melómano hecho y derecho. Prueba de ello es la deleitable recopilación de canciones que va desde The Kinks, Cat Stevens y The Faces, hasta The Who y John Lennon, sin mencionar los temas de Mark Mothersbaugh que complementan a la perfección la narrativa de la película. En cada uno de los temas musicales, ya sean creación de Mothersbaugh o The Kinks, reflejan la extraña personalidad de cada personaje, con Max brillando por encima de todos. Es una maravilla poder explorar personajes o tramas a través de la música, John Lennon dice tanto con “Oh Yoko” en una escena como cualquier otra cosa. Así como “una imagen dice más de mil palabras”, a veces una canción puede decir más que una imagen… y en Rushmore abundan las imágenes, los detalles y las canciones. Con esta película, Wes Anderson se ha ganado uno de los peldaño más altos en mi lista de directores favoritos (y eso que ya estaba muy arriba).