La primera vez que escuché OK Computer tenía alrededor de 12, 13 años y fue ‘Karma Police’. No entendía muy bien lo que Yorke cantaba, pero la música… la música, el feeling… había algo ahí que me hacía sentir cosas que jamás había sentido, me hacía pensar cosas que jamás había pensado. En mi pequeño mundo de cuasi-adolescente, experimentando por primera vez el sentimiento de otredad, la vida parecía ser solamente de una manera, y he aquí que en cuatro minutos, una melodía me abría un panorama vasto e ilimitado. Todo a mí alrededor, llámese la plasticidad de compañeros preparatorianos con los cuales compartía obligatoriamente mi tiempo, llámese personas que se hacían llamar amigos, llámese el entrar en términos con uno mismo y acostumbrarse a los cambios físicos, ideológicos –si es que a esa edad se tiene ideología alguna, o comenzando por el simple hecho de saber lo que era una ideología-, en fin… una serie de cosas; todo aquello quedaba opacado por un pedazo de música. Fue la primera vez (mi primera vez) que descubrí que podía perderme de esa manera. “For a minute there, I lost myself” me cantaba al oído. Pero no me perdí solamente por un minuto, sino ya de por vida. Me encontré a mí misma en la música y ya nunca me he vuelto a perder. Así que Radiohead se convirtió en mi coming-of-age-band… la música de mi evolución. Y así como me sucedió a mí, le sucedió a medio mundo. No me siento especial, ni original por ello, sino comunicada y relacionada con todo un universo de personas, de mentes, de ideales, lo cual se me hace algo increíblemente genial.
A partir de OK Computer, regresé a las bases, a Pablo Honey y The Bends, a re-escuchar piezas de música que ya había escuchado; canciones a las cuales había dado muecas y gestos, sonrisas y guiños, pero con las cuales no me había permitido perderme del todo. El debut realmente no es de mis discos favoritos, salvaría un par de canciones realmente, aunque una de ellas la desecharía por choteada. Tan choteada que aun hoy en día es la culpable de que ciertas películas terminen por ganar el Oscar en categorías como mejor soundtrack. En fin. Comenzar en el tercer peldaño del escalón y regresar al inicio, me permitía una perspectiva un tanto diferente de lo que fue el origen de una de las bandas más importantes de los últimos 20 años (digan lo que me digan). O, mejor, creo que debo rectificar… la banda más importante de los últimos 20 años. Escuchar su música no era una mera actividad de escuchar por escuchar, sino de experimentar, de contemplar; de escuchar y asimilarlo todo, reflexionar y reinterpretar los sonidos y la letra, las voces y los ambientes. Supongo que esto fue algo parecido a lo que sucedió con los Beatles y discos como el Sgt. Pepper's... Ya no eran meros discos de música que uno ponía por evitar el silencio, sino obras artísticas a las cuales uno recurría en momentos de necesidad, de gran vorágine creativa y reflexiva; en momentos en los cuales uno quería permanecer a solas con sus propias ideas, en ese estado de perfecta comunión entre el ser y el estar. Kid-A y Amnesiac representan esa necesidad de inmersión. Inmersión en una manera de crear sonidos dentro de una paradoja, en la cual, a través de la organicidad de los instrumentos y la, aparente, plasticidad de lo electrónico, se creaban ambientes o estados que entraban en completa comunión con el ánima… ¿qué otra manera hay describir lo que, canciones como ‘How To Disappear Completely’, quieren decir? “That there, that’s not me. I go where I please, I walk through walls”. O el ahogado jazz que proporciona ‘Pyramid Song’, y digo ahogado por esa sensación computarizada que se contrapone con la batería y el piano. Y así podría nombrar y nombrar ejemplos, pero para qué. Qué mejor que escuchen los discos de primera mano. Pero no es solamente el “qué me hace sentir” o “lo que me ayuda a descubrir de mí persona”, sino lo que también aprendo, con lo que lo relaciono y las cosas que descubro de todo ello. Eso que imprimen en las cajitas de plástico “La música es cultura”, sé que todos lo leen, pero nadie lo cree, o al menos somos pocos los que lo creemos de corazón. En literatura aprendemos que una obra tiene detrás de sí una enorme tradición literaria sobre la cual se construye y de la cual no puede escindirse. Esto es una verdad que se aplica también a la música; no solamente en un nivel musical, sino literario, cinematográfico, artístico en general. La música no sólo habla de música, sino de la vida y todos sus agregados. Escuchen el Hail To The Thief y quien haya leído a Orwell me dará la razón, y es que la referencia está más que obvia… ‘2+2=5’: “Are you such a dreamer, to put the world to rights? I’ll stay home forever, where two and two, always makes a five […] It’s the devil’s way now, there is no way out. You can scream and you can shout. It is too late now because you haven’t been paying attention”. Prácticamente un resumen de 1984. Escalofriante y fascinante al mismo tiempo.
Radiohead ha redefinido no solamente vidas –que se escucha cursi y mamón al mismo tiempo, pero digámoslo así nomás por decirlo-, sino que ha definido a toda una industria que cayó en el hoyo del consumismo, la publicidad y la mercadotecnia, de la moda, de lo naïf, incluso, en un sentido de ingenuidad y desprendimiento que al escucha lo quiere evadir de toda sensación. In Rainbows fue en contra de toda esa cultura de fatalidad consumista cuando decidieron dejarlo al precio que la gente quisiera. Ahora sí que por amor al arte, lo cual terminó de flecharme el corazón. A parte de que se volvió a solidificar como una de las bandas más innovadoras creativamente y musicalmente, con una propuesta totalmente original, fue un parte-aguas dentro de la historia de la industria. Y de ahí p’al real. Podría seguir vertiendo mis tripas y mi corazón en el tema, pero nunca terminaría. Mejor lo dejo y los dejo con la esperanza de que corran a poner algún álbum de mí banda favorita (y la favorita de muchos otros)… yo por lo pronto termino escuchando ‘Life In a Glass House’ del Amnesiac.