Nomás porque sí: porque fanfarronerías sonoras provenientes de trompetas doradas llenan el archivero de mi cabeza. Porque los bloques contra la inspiración aturden. Porque no hay más que hacer más que aventar los escupitajos de letras hacia el camino. Porque duelen las llagas de los dedos de tanto escribir. Porque hay que escribir. Porque si no escribo, moriré.
No recuerdo cómo di de bruces con este álbum, tan sólo que era de noche, muy de noche -o quizá muy de madrugada- y me aquejaba uno de mis usuales (en aquel entonces) ataques de insomnio. Fue el primer disco de Waits que obtuve y escuché con todo el deleite de mis sentidos; una cosa siguió a la otra y ahora forma parte de mi canon, ese mismo que propondría si algún día llegase la inteligencia cósmica, salida de algún otro planeta y pidiera se salvaguardara lo más valioso de la música. Tom Waits debe ser puesto sobre el pedestal.
En algún otro momento me tomaré un segundo para escribir un poco más sobre él, por lo pronto, será otra noche más de Waits y tesis y café y pan con mermelada.
Todo es culpa de Tom Waits por haber creado Rain Dogs y adecuar entre el repertorio "Gun Street Girl", la cual escucho repetidamente sin pausa. ¿La han escuchado al cerrar los ojos, al apagar las luces, al hundirse en las sábanas tan frescas, con los pies descalzos? Aventar humo entre los labios con el universo en tus oídos... es sólo una canción, son varias y yo pierdo el tiempo aquí escribiendo...
"Welcome to my world, you step right through the door, leave the tranquilizers at home, you don't need them anymore."
No hay mejor bienvenida que esa para introducirse de lleno al seductor y sugestivo sonido de Depeche Mode, y cuando digo "introducirse" es justamente eso: soy una rookie ignorante que al parecer no ha vivido para llenar los zapatos de los cuales se jacta de usar. Ahí está, lo he dicho. Vomitado en confesión ante el santuario cibernético. Yo mejor que nadie sé lo que se siente que llegue alguien a decir "me gusta fulano o sutano", cuando uno ha sido fan de años de dicho fulano o sutano y esa personita tiene sólo minutos de haberse convertido hacia la iglesia de fulano o sutano. Es mi caso. Así que fans depechemodeanos, no os preocupéis, no vengo a robaros de vuestro merecido puesto de admiración y conocimiento, sólo vengo a comunicar la buena nueva: tienen una feligrés más en vuestra congregación. Dicho lo cual, prosigo. Hace unos días Delta Machine llegó a mis virtuales manos; lo escuché por curiosidad y falta de decisión hacia la que había de ser escuchado en el momento y justamente, como si fuera una de esas cosas de la vida que no se pueden catalogar como coincidencias, "Welcome To My World" abre el álbum entre una plasticidad de sonidos electrónicos que ya había escuchado anteriormente cuando mi marido me mostró Ultra, pero hasta ahí. No podría decir si fuese o no una línea paralela entre un álbum u otro, eso ya es tarea para un verdadero conocedor. Intrigada, hipnotizada o idiotizada, continué escuchando, absorta con la voz de Gahan, la cual siempre me ha parecido tan seductora; quizá sea lo que canta, pues la letra parece seguir esa misma línea de seducción. "Slow" confirma que no sólo es lo que canta, sino cómo lo canta bajo esos discretos sonidos sintetizados que envuelven los riffs de reminiscencia a una especie de blues-jazzero de bares oscuros llenos de leyenda y amores cobijados por lo nocturno: "Slow, slow, slow as you can go, so I can feel all I want to know, slow, slow, I go with your flow [...] Slow as you can go, that's how I like it." Barry White me disculpará, pero esto es lo que yo llamo love-making-music. Y mientras que la voz de Gahan es capaz de poner bajo su embrujo a quien se deje, la de Martin carga una honestidad tan oscura y poética que presenta la cara del genio tras la letra que conforma la (casi) totalidad del álbum. En "The Child Inside", no hacen falta mas que unos cuantos segundos para toparnos de lleno con esa oscuridad tan escalofriante, que choca ante la sutil y bellísima voz de Gore bajo el sutil ambiente de sonidos que simulan un silencio de aire estancado. El primer sencillo, "Heaven", fue la canción que me hizo escucharlo todo y remitir hacia el pasado. Les hablaba de ese sonido insinuante tan imposible de ignorar, el cual brota intensamente ante un ritmo lento que prosaicamente nos transporta hacia el cielo, hacia otro universo, hacia lo onírico y lo pasional: "I slowly lose myself, over and over. Take comfort in my skin endlessly. Surrender to my way, forever and ever ... I'm in heaven." Arribar al final del disco es causa de descontento, y sentir dicho descontento es señal que uno acaba de experimentar ese otro nivel al que nos transporta esta perfecta y elevada forma de arte; "Goodbye again" canta Gahan embromado hacia el escucha que se queda con ganas de más, como yo, por lo cual recurro al bello retorno del re-play. De esta manera, me cantan la bienvenida una y otra y otra vez más. Oh, la belleza de la repetición.
No es que desconociera el absoluto de la obra de Depeche Mode, era solamente que jamás tuvo su momento para irrumpir entre las experiencias y los momentos de mi vida como para que pudiesen quedar anclados como algo que lo definiera. Pero ya ven lo que dicen: "No one expects the Spanish Inquisition". Esta solamente llega, y Dave, Martin y Andy llegaron en el momento preciso. Ahora lo veo como el placer de escuchar 30 años de carrera, trascendencia y leyendas seminales para todos aquellos que los emulan y emularán.
A mi derecha, El público de García Lorca,a mi izquierda, un manual para la creación y desarrollo de la tesis, bajo este mi cuaderno de apuntes escolares/académicos y sobre ambos una envoltura de kit-kat vacía. Sobre mi cabeza, abarcando la totalidad de mis orejas, unos audífonos tan cómodos y acolchonados que incluso uso a veces mientras duermo o busco conciliar el sueño; quizá un caracolito o dedal de radio como decía Bradbury invadirían en menor grado el espacio entre mi cabeza y la almohada, pero no me quejo, proporcionan el capullo ideal para lograr el desprendimiento necesario entre el "aquí" y el "allá" que nos regala la música. De pronto, el "allá" producido por el éxtasis musical que resulta de escuchar "Coconut" cobra mayor importancia y/o relevancia que Lorca o la metodología a seguir para la realización de la tesis. Sin duda alguna, este comportamiento sería reprobado severamente por las mentes cuyos títulos indican mayor jerarquía en la escala social/laboral o biológica: "Estos jóvenes de ahora", dirían, quizá. No todos, pero sí muchos de ellos. Sin embargo, esa cadencia rítmica ascendente de "Brother bought a coconut, he bought it for a dime, his sister had another one she paid it for the lime. She put the lime in the coconut, she drank'em both up, she put the lime in the coconut, she drank'em both up, she put the lime in the coconut she drank'em both up, she put the lime in the coconut, she called the doctor woke'im up and said 'Doctor, ain't there nothing I can take, I said, doctor, to relieve this belly-aching, I said doooctor, ain't there nothing I can take, I said, to relieve this belly-aching'" no puede ser ignorada y desechada como non-sense. Es la construcción de un perfecto trabalenguas con tres participantes que van pasándose el diálogo de uno al otro, hasta regresar en espiral al principio con quien inició esta conversación o consejo de ponerle limón al coco para aliviar nuestros malestares estomacales. Es un pedazo de genialidad, esa séptima pieza del Nilsson Schmilsson, tíldeme de loca quien deba.