De madrugada, la música de Esperanza Spalding mientras arrullo a mi hijo. Aquí, cursilmente y con una enorme sonrisa en la boca, mientras las ojeras se me extienden hasta las orejas digo, en verdad, qué bella es la vida. ¡Feliz domingo!
Nomás porque sí: porque fanfarronerías sonoras provenientes de trompetas doradas llenan el archivero de mi cabeza. Porque los bloques contra la inspiración aturden. Porque no hay más que hacer más que aventar los escupitajos de letras hacia el camino. Porque duelen las llagas de los dedos de tanto escribir. Porque hay que escribir. Porque si no escribo, moriré.
domingo, 30 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
Voltaire dice que es peligroso leer
Por ahí dicen "Ignorance is bliss". La ignorancia es la gloria. ¿Será? Yo no me siento en la gloria cada vez que entro a territorios no conocidos, así que para mí no lo es. Pero sé que hay gente que sí lo considera cierto, incluso, lo hace una filosofía de la vida. Los gobiernos lo consideran un arma ALTAMENTE poderosa. Mantener ignorante al pueblo es mantener el poder, mantener el control. Lo es ahora y lo ha sido siempre. Es por eso que este texto escrito por Voltaire me ha gustado tanto:
"Del horrible peligro de la lectura"
Nos, Yusuf-Cheribí, por la gracia de Dios muftí del Santo Imperio Otomano, luz de luces, elegido entre los elegidos, a todos los fieles que vean éstas presentes, estupidez y bendición. Así como Said Effendi, antiguo embajador de la Sublime Puerta en un pequeño Estado llamado Frankrom, situado entre España e Italia, trajo entre nosotros el pernicioso uso de la imprenta, tras consultar sobre esta novedad a nuestros venerables hermanos los cadíes e imanes de la ciudad imperial de Estambul, y sobre todo a los faquires conocidos por su celo contra el espíritu, ha parecido bien a Mahoma y a Nos condenar, proscribir, anatematizar la dicha infernal invención de la imprenta, por las causas anunciadas a continuación:
1. Esa facilidad de comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, que es la guardiana y la salvaguarda de los Estados bien civilizados.
2. Es de temer que, entre los libros traídos de Occidente se encuentren algunos sobre la agricultura y sobre los medios de perfeccionar las artes mecánicas, obras que a la larga podrían, no lo quiera Dios, despertar el genio de nuestros agricultores y de nuestros fabricantes, alentar su trabajo, aumentar sus riquezas e inspirarles un día alguna elevación de alma, algún amor por el bien público, sentimientos absolutamente opuestos a la sana doctrina.
3. Ocurriría al cabo que tendríamos libros de historia despojados de lo maravilloso que mantiene a la nación en una feliz estupidez. En esos libros se cometería la imprudencia de hacer justicia a las buenas y a las malas acciones, y de recomendar la equidad y el amor a la patria, lo cual es visiblemente contrario a los derechos de nuestro cargo.
4. Podría ocurrir que, en la sucesión de los tiempos, miserables filósofos, con el pretexto especioso, pero punible, de esclarecer a los hombres y de hacerlos mejores, vinieran a enseñarnos virtudes peligrosas cuyo conocimiento no debe tener nunca el pueblo.5. Podrían, al aumentar el respeto que tienen por Dios, y al imprimir escandalosamente que él lo llena todo con su presencia, disminuir el número de peregrinos a La Meca, con gran detrimento de la salvación de las almas.
6. Ocurriría sin duda que a fuerza de leer a los autores occidentales que han tratado sobre las enfermedades contagiosas y la manera de prevenirlas, tendríamos la desgracia de vernos protegidos de la peste, lo cual sería un atentado enorme contra las órdenes de la Providencia.
A estas y otras causas, para edificación de los fieles y el bien de sus almas les prohibimos leer nunca ningún libro, so pena de condenación eterna. Y, por miedo a que les asalte la tentación diabólica de instruirse, prohibimos a padres y madres que enseñen a leer a sus hijos. Y, para prevenir cualquier contravención a nuestra ordenanza, les prohibimos expresamente pensar, bajo las mismas penas; ordenamos a todos los creyentes que denuncien a nuestra oficialidad a todo aquel que pronuncie cuatro frases bien ordenadas, de las que podría inferirse un sentido claro y neto. Ordenamos que en todas las conversaciones haya que servirse de términos que no signifiquen nada, según el antiguo uso de la Sublime Puerta. Y para impedir que entre algún pensamiento de contrabando en la sagrada ciudad imperial, comisionamos especialmente al primer médico de Su Alteza, nacido en un pantano del Occidente septentrional; dicho médico, tras haber matado a cuatro personas augustas de la familia otomana, está más interesado que nadie en prevenir cualquier introducción de conocimientos en el país; le otorgamos poder, por estas presentes, para que ordene la incautación de toda idea que se presentara por escrito o de viva voz a las puertas de la ciudad, y nos traiga la dicha idea atada de pies y manos, para que les sea infligido por nosotros el castigo que nos plazca.
Dado en nuestro palacio de la estupidez el 7 de la luna de Muharem, el año 1143 de la hégira.
Las referencias turcas a las cuales alude Voltaire, son a manera de burla hacia la prohibición que se les imponía a los libros publicados por los ilustrados, aunque creo que esta crítica/burla/mofa, como lo quieran ver, es un molde que a cualquier sociedad, país, civilización, etc., le queda más que perfecto. Me ha hecho reír, mas chiste no es, pues ilusamente hay personas que creen que las ideas pueden ser reprimidas, arrebatadas y encerradas en oscuros calabozos, pero, y esto es lo peor de todo, hay quienes realmente se la creen. Creen que por motivar esta participación ideológica en uno mismo, aquellos que se dicen estar en el peldaño superior, que se dicen ser los elegidos, pueden y tienen el derecho de evitar que esto suceda. ¿Acaso los tenemos adentro de la cabeza? ¿Nos han colocado camaritas y cables ahí adentro? ¿Estamos ya ante aquellos mundos ficcionales que nos han aterrado por años (pensando en algo así como 1984), en donde se nos dicta qué hacer, cómo hacerlo, qué pensar, cómo actuar, etc.? No lo creo. Tenemos la sabiduría de la historia e historiadores, pensadores, literatos, poetas al alcance de nuestras manos y muchas veces, la mayoría de las veces, no queremos estirar el brazo para hacerla nuestra. Nadie tiene el poder de prohibirnos el conocimiento, y conste que no hablo de escuelas o un sistema de educación, hablo de un libro. La sencillez de un libro. Nosotros somos los únicos que nos prohibimos el placer y negamos la necesidad; nos mantenemos en nuestro cómodo sillón de mediocridad mental, en donde los lujos de la tecnología nos mantienen en dicho status quo. Ejemplo de ello está en el escuchar a los estudiantes universitarios confesar, con harto orgullo, la "hueva de la lectura" y que ellos estudian tal o cual carrera para no leer. Ilusos. Por ese lado, creo que los de arriba no tienen nada que temer, habrá personas que por iniciativa propia se autocensuren y prohiban el goce de la lectura y la creación (o motivación) de tener una mentalidad individual, original. Pero bueno... Agradezco a Voltaire por la provocación y la invitación; por haberme llamado la atención cuando, al caminar entre los escuetos estantes de la biblioteca, saltó su volumen a la vista de entre todos los demás.
El extracto lo he sacado de aquí: Voltaire. Cuentos completos en prosa y verso. Fondo de Cultura Económico.
martes, 11 de octubre de 2011
Albert en la página 305
Vivo con un hombre que ama los libros, ya saben, esos objetos que cuando se usan apropiadamente -y esto no incluye la nivelación de televisores o mesas- llegan a construir y edificar personalidades, carácter, opiniones y una educación que en ningún otro lado será posible recibir. Mi marido, pues, puede llegar a ser un adquisidor compulsivo en veces, lo cual no condeno, pues gracias a dichas adquisiciones luego encuentro por toda la casa, regados como polvo de hadas, a libros y autores a los cuales, de otra manera, jamás les hubiera prestado la debida y necesaria atención. Así me llegó a pasar con Philip Roth, Bretón, Bataille, Orwell. El último que ha terminado por rascarme la curiosidad ha sido Camus y El hombre rebelde, texto que voy leyendo poco a poco, pues luego soy medio lenta (o bruta) para digerir ciertas cosas, cuestiones, aspectos, etc. Es un estudio bastante extenso sobre el hombre, la humanidad, la sociedad y la rebeldía, claro. Pero yo me he ido, debido a mi interés sobre el tema artístico y la sociedad -el tema del arte comprometido, arte utilitario, etc., es un tema enormemente interesante, a mi parecer-, y debido un poco a la falta de paciencia para recorrer más de la mitad del libro para llegar a él, me he ido sobre el tema del arte y la rebeldía; he leído esto en uno de sus apartados y me ha gustado mucho, por lo que quiero compartir:
No basta con vivir, hace falta un destino, y sin esperar la muerte. Es, pues, justo decir que el hombre tiene la idea de un mundo mejor que éste. Pero mejor no quiere decir entonces diferente, mejor quiere decir unificado. Esta fiebre que levanta el corazón por encima de un mundo disperso, del que, sin embargo, no puede desprenderse, es la fiebre de la unidad. No desemboca en una mediocre evasión, sino en la reivindicación más obstinada.
Así pues, sin más ni más... sólo buscaba una excusa para escribir y Camus me la proporcionó. Yo también tengo la idea de un mundo mejor, por lo cual me he sentido unida a una mente que hace años dejó de ser, pero que continua existiendo. A qué tanto quiere llegar con el concepto de unificación, no lo sé... pero la idea, en su sentido más sencillo, enajenado de todo, me parece maravilloso.
lunes, 3 de octubre de 2011
Es lunes...
Es lunes por la mañana (9:44am para ser exactos) y doy una re-leída a El Túnel de Ernesto Sábato (o Sabato, lo veo diferente en diferentes lugares). No es precisamente una novela con la cual desearía iniciar la semana; ya los lunes son lo suficientemente malos como para echarse semejante cantidad de pesimismo, sandeces y estupideces sobre los hombros. Es el tipo de novelas que fácil y felizmente me aviento bebiendo una estúpida cantidad de café y fumándome un par de cigarrillos, pero esos días ya han quedado atrás, muy detrás de mí; no me queda de otra más que aguantármela así. Terminando esta, creo que leeré El extranjero de Camus. Nomás para sentirme mejor.
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