jueves, 24 de octubre de 2013

Sobre fuegos arcadianos, reflektores, orfeos negros, clichés y verborrea

Maravillada ante los sonidos que tomaban camino desde los audífonos hasta el punto más recóndito de mi cerebro, Funeral se asentaba como un evento sin precedentes dentro de la poca educación musical que, hasta ese momento, había formado. Una canción fue todo lo que necesité para sentir cómo cambiaba algo en mí. Estoy consciente de las implicaciones que esto representa, pero a veces, la verdad es eso y nada más que eso: vómitos rosados de pura cursi revoltura. Diez años más tarde, la expectativa de querer que algo vuelva a ser igual de grandioso y mágico como lo fue en un principio se hace latente, aunque esto sea imposible. Reflektor no llega a la grandeza de Funeral, ni a su compleja lírica con sus entramados paisajes sonoros y volubles tempos que apelaban a la desautomatización del escucha; tampoco llega al oscuro paraje de sublevación del Neon Bible, ni a la crítica/oda social/familiar de The Suburbs. Sin embargo, aventarlo hacia el rincón de lo despreciable porque ya es popular sería un gran error. Sí, quizá parte de su encanto era el hecho de que el tenerlos dentro de nuestro canon era porque apelaban al ser olvidado, a la persona incómoda en medio de un torbellino de gente; comprendían ese aspecto de la individualidad que tienden a marginalizar... o quizá yo esté mal interpretando (y lo haya hecho todos estos años). Reflektor pues, firma el regreso entre laureles y cantos de victoria del grupo canadiense; un agradecido retorno y merecido para quienes, desde el principio, los escuchamos con suma devoción. A primera vista y escucha, el álbum parece tener un tinte más cinemático -y ustedes disculparán mi ascerción hacia lo obvio- impulsado por el hecho de que se nos presentó  homologado a la película de Marcel Camus, Orfeo Negro (1959), en donde la letra de cada una de las canciones aparece a manera de subtítulos, como buscando el juego de imágenes entre el largometraje y la lírica del disco. Recurren a todos los lugares comunes: las relaciones, la muerte, la vida, el amor, el engaño, etc., y lo hacen al modo ya tan Arcade Fire que hemos llegado a conocer, pero escindido de esta tangible gravedad que había en los tres anteriores. Es un muy buen álbum y uno que ha despertado este tipo de emoción, nuevamente; el tipo que te impulsa a hablar desesperadamente con cualquier pobre alma que se deje, sobre el tema. George Steiner (ya que estamos en ello y a manera de justificación personal), mencionó que la música conjura en los hombres la ilusión comunitaria que tanto anhela la sociedad; parafraseo algo que escribió o dijo hace aproximadamente cuarenta, cincuenta años, y la idea que engloba es, creo yo, tan vigente (o incluso más) ahora que como lo fue ayer. Pero vaya, es sólo el romanticismo hablando de quienes encontramos este tipo de cosas, como el escuchar por primera vez un disco, relevantes y significativas.
 En resumen... Reflektor... he aquí ahora para ustedes:

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