"Claude Léon oyó a babor el trompeteo del despertador y se despertó para escucharlo con mayor atención. Una vez hecho, volvió a dormirse maquinalmente y, sin intención alguna, reabrió los ojos cinco minutos después. Miró la esfera fosforescente, comprobó que era la hora y rechazó la manta; afectuosa, al instante la manta trepó a lo largo de sus piernas y lo envolvió. Estaba oscuro y todavía no se distinguía el triángulo luminoso de la ventana. Claude acarició la manta, que dejó de moverse y consintió en permitir que se levantase. Se sentó, pues, en el borde de la cama, extendió el brazo izquierdo para encender la lámpara de la cabecera, se percató, una vez más de que la lámpara se encontraba a su derecha, extendió el brazo derecho y se golpeó, como todas las mañanas, contra la madera de la cama.
-Acabaré serrándola -murmuró entre dientes.
Los cuales se separaron de improviso y la voz de Claude resonó bruscamente en el aposento.
'¡Vaya, hombre! -pensó-. Voy a despertar a toda la casa.'
Pero, aguzando el oído, percibió la cadencia uniforme, la suave y pausada respiración de los suelos y de las paredes, y se tranquilizó. Las líneas grises del día se comenzaban a entrever alrededor de las cortinas. Fuera, había la opaca claridad de una mañana invernal. Claude Léon exhaló un suspiro y sus pies buscaron las pantuflas sobre la alfombrilla. Se puso de pie con esfuerzo. El sueño se resistía a escapar de sus poros dilatados, produciendo un blando ruidito, como un ratón que sueña. Desde la puerta y antes de darle al interruptor, se volvió hacia el armario. La víspera había apagado la luz bruscamente, en el instante exacto en que hacía una mueca ante el espejo, y ahora quería volverla a ver, antes de ir a la oficina. Encendió de golpe. Su rostro de la noche anterior estaba aún allí. Rió estentóreamente al contemplarlo; después, el rostro se esfumó a la luz de la bombilla y el espejo reflejó al Claude del nuevo día, a quien Claude volvió la espalda para irse a afeitar. Siempre se apresuraba para llegar a la oficina antes que su jefe."
El otoño en Pekín, Boris Vian
Tusquets Editores México, pp. 29, 30.
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