La música fue hecha para escucharse en todo su volumen y esplendor; cualquier tipo de música, cualquier ritmo, cualquier género. No importa. Todo se escucha mejor, todo se experimenta mejor y se saborea tan deliciosamente mejor cuando el volumen ya no cabe en los oídos y comienza a ser absorbido por cada poro de nuestra piel. Pero, si de escoger géneros se trata, no hay nada como escuchar el violento y rugiente rasgueo de una guitarra eléctrica, impulsado por los hipnóticos ritmos emanados de la batería, una osada y grave línea de bajo, y una rasposa voz recitando las más profundas y ridículas letras que puedan existir. El Rock es algo que no se puede combatir; es una batalla que no puede ser conquistada. La victoria está cantada desde el principio. Y cuando llega un artista, o grupo de artistas, que logran engancharlo a uno desde el primer acorde es cuando se sabe que eso es nada menos que libertad.
Beat The Devil’s Tattoo es el nuevo material discográfico de una de las mejores bandas que el Rock pudo haber parido: Black Rebel Motorcycle Club. Quienes estén familiarizados con este séquito de músicos admiradores de leyendas cinematográficas, sabrán muy bien que el sonido de los ‘Rebels’ permanece siendo un sonido de etérea belleza cruda, potente y voraz. Ahora en día, en donde los géneros difícilmente permanecen puros, regresar a ese estado de pureza es reconfortante. Love Burns fue la canción que me introdujo a BRMC, a un mundo al que tangencialmente ya pertenezco, y un mundo que fue alimentado por lecturas, películas y las enormes fantasías a las que me permito recurrir de vez en cuando, o muy seguido. Es ahí cuando reafirmo que uno es lo que escucha. Y esta banda es la manifestación física de lo que uno reprime y esconde a los ojos del mundo, esa sensación de querer romper con las cadenas del decoro y el propio comportamiento para liberarse de absolutamente todo y dejarse llevar entre una embriagante nube de humo, gritos y caos. Vamos, aceptémoslo, todos llegamos a necesitar ese momento de liberación. Y Beat The Devil’s Tattoo no regala nada menos que eso… el caos enredado de la más maravillosa (melódica) anarquía.
You cannot fight it, all the world denies it, open up your eyelids and let your demons run, canta el vocalista en la canción introductoria del álbum, y con muchísima razón escogió ese momento para restregárnoslo en la cara. Así es como este fabuloso trío nos mete y conduce a lo largo del disco. Una probadita solamente, un gancho para que, una vez que hayamos visto al conejo blanco, no podamos hacer menos que seguirlo por el hoyo. Conscience Killer inicia con un ritmo un poco más salvaje que el anterior, incluso en la letra “You don’t mean all that much, but we really didn’t have a choice”. Bad Blood pinta a ser una balada –y muy buena por cierto-, aunque si por balada piensan en alguna cancionsucha pop-Luis Miguelera, pues (definitivamente) están en el lugar equivocado y será necesario que regresen por donde llegaron, aquí no hay lugar a malinterpretaciones. War Machine se sacude el tempus lentus del cual salimos para volver a los violentos y estridentes riffs de la guitarra. Evol y River Styx siguen un mismo estilo en los beats, como de tambores de guerra que prácticamente hipnotizan o idiotizan –cualquiera de las dos-, como si fuesen sirenas pregonando el terrible fin de los navegantes. The Toll, Sweet Feeling y Long Way Down son las canciones más tranquilas y tranquilizantes del álbum; las primeras dos con guitarras evocadoras de un blues nacido en los campos abiertos bajo la luz de las estrellas, como si sacadas de algún Western a blanco y negro, en la tercera de estas, la guitarra se sustituye por un delicioso piano melancólico y el acompañamiento vocal de la baterista, que no canta nada mal sus rancheras. Todo para cerrar con un broche dorado en Half-State, una canción de 10 minutos, sacudiéndose ese momento de apaciguamiento para volver a los profundos beats y melódicos riffs que nos despiden con el adiós más incompleto que hayan conocido, pues será inevitable que una vez concluido el álbum, se vuelva a escuchar, tan sólo para repasar los detalles que pasaron desapercibidos.