Nomás porque sí: porque fanfarronerías sonoras provenientes de trompetas doradas llenan el archivero de mi cabeza. Porque los bloques contra la inspiración aturden. Porque no hay más que hacer más que aventar los escupitajos de letras hacia el camino. Porque duelen las llagas de los dedos de tanto escribir. Porque hay que escribir. Porque si no escribo, moriré.
jueves, 21 de noviembre de 2013
me perdí
Solía escribir en mi cuaderno con lápiz. Un cuaderno pequeño, pesado, rústico; de hojas color beige, que ahora han logrado difuminar el grafito impreso datado desde hace dos años. ¿Ahora cómo recobraré esa parte de mí que procuré cuidar del tiempo? Se me rompe el corazón: he perdido a la yo de esos días; se quedó por ahí, mezclada entre fibra y carbón, impresa en una falsa red que, como todo, va muriendo con el tiempo, con el uso, con la fricción.
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