A días
de terminar el año, la vida me despertó con sus preocupaciones y del bellísimo
sueño en el cual descubría al culpable del asesinato de José Arturo Robles
Pinedo de los Márquez Reyes, se esfumó como vapor entre el frío. Una taza de
café, 6 donas y unas canciones más tarde, heme aquí entre la oscuridad,
atestiguando la silueta ensombrecida de mi árbol de Navidad entre los tempranos
(muy tempranos) minutos de la madrugada. Para diferir las ansiedades que apremian,
hacer cosas mundanas, banales y sin sentido, como escribir un blog compartiendo
que la vida lo despertó a uno y ahora bebe café frente a la lastimosa pantalla
de una laptop, o hacer listas. Tras cumplir con la primera, continuo con la
segunda y es que realmente, el hacer listas me satisface en un nivel culposo.
Este año estuvo lleno de buena música, a pesar de lo que muchos digan y
piensen; sólo era cuestión de buscar y tomarse el tiempo (llámese 365 días)
para escuchar. Y mientras repaso en el shuffle
un año entero, mando a la mierda la lista jerarquizada y sólo nombraré aquello
que captivó mi oído, mi atención, mi fanatismo.
Obtuve dos discos en estos últimos
días que me cautivaron: Harlem River
de Kevin Morby y Country Sleep de
Night Beds. Este último lo descubrí gracias
a NPR (National Public Radio) con la canción “Even If We Try”: melancólica
melodía que tanto en su letra, como en su arreglo musical, expresa una palpable
impotencia contra las vicisitudes de la vida. El álbum en su totalidad, diverge
en cuanto al estilo de esa única canción, presentando una vena country-folk en
veces, queriendo ser un poco Johnny Cash, como en “Borrowed Time” o “TENN”,
aunque para los 23 años de Winston Yellen (aka Night Beds), le falta vida, le
faltan experiencias, le falta…
Por otro lado, Kevin Morby y su Harlem River es sublime. Al igual que Winston Yellen, Kevin Morby es un
chicuelo de 25 años cantando: “If you
knew the death I’d wanted or measure that hole that I’m in / If you knew just
how far I’d travel, then, maybe then, only then all of friends would be there all
to greet m/ Inside me is not air” en “Miles, Miles, Miles”. Bah, ¿quiénes
somos para juzgar los caminos de un hombre? Mejor escuchar a Morby, su música y
su estilo con referentes visiones de Lou Reed en “Wild Side (Oh The Places You’ll
Go)” y Bob Dylan “Harlem River”. Hablemos de sonidos para la noche y les juro
que este disco irá perfecto con esa idea: tintes de rock ‘n’ roll, guiños a
Motown (a mi me pareció), un poco de R & B, quizá y la voz de Kevin tan
sedosa y nítida deslizándose como mantequilla sobre pan; bueno, así me parece
en momentos, como en “Slow Train”.
Y si hablamos de voces dulces, prístinas,
y hasta cierto punto, dolientes, qué decir de Justin Vernon y Volcano Choir con
Repave. Hay quienes ante un adjetivo
como preciosista huyen lejos de la cosa que lo carga, pero aquí no hay de otra;
el álbum se antepone ante los cuerpos desnudos
de quienes interpretan para nuestros oídos y nuestros adentros, el
sonido y el ambiente de un sonido preciosista y la cruda honestidad de la letra.
A estas alturas, todos hemos aprendido que Vernon canta como un romántico
empedernido pintando de rosa al amor, cuando realmente se complace en el puñal
y la herida: It’s nineteen and kids,
warfare secret canta en “Tiderays”, seguido por mi verso favorito: You’re the bitch that never ends. Aunque el punto más alto de un álbum rebosante
de canciones casi perfectas fue “Byegone”: entre la confesión de un ebrio
admitiendo que es hora de levantarse y marcharse a morir emulando un épico
llamado a la guerra ante un crescendo musical explotando entre la batería, los
riffs guitarrescos tan orgásmicos y la voz de Vernon llamando a la muerte: Set sail! De haber hecho un top 10, este
estaría entre los primeros cinco.
Antes de concluir esta primera
parte, no puedo dejar fuera a los queridos por algunos, odiados por muchos,
Edward Sharpe & The Magnetic Zeros; el colectivo de influencias hippies,
amor y paz, harekrishna, o como los quieran catalogar, que proporcionaron el
fabuloso y sorprendente álbum titulado nada más y nada menos que Edward Sharpe & The Magnetic Zeros.
Este tercer álbum no cambia mucho de sus predecesores al seguir una línea de
tradición folk-pop con un toque de rock sesentero al estilo de Mamas & The
Papas y sonidos que, lo admito, a veces vuelan muy alto queriendo emular un
feelin’ muy a la Beatles en “Please!” o “If I Were Free” con discretos sonidos
que oscilan entre Let It Be y Abbey Road. Pero para tones y sones, el álbum cierra con
una de las canciones más increíbles que escuché en todo el año: “This Life” es
la declaración de alguien que ha decidido que la vida no se hizo para él (o ella).
No es un llanto de auto victimización que termina por llenar de tedio y
hartazgo, sino una confirmación de que la vida se hizo para todos. “This life, tell it to me, this life, ain’t
for me now”, canta Alex Ebert, mientras que el coro explota en una réplica
de tintes gospel que le ponen la piel
chinita a cualquiera al gritar “Liar!”
Vaya manera de cerrar un disco que le inyectará alegría y esperanza a cualquiera,
sin importar lo cursi que eso se escuche.