Sigur Rós. Obviamente no sé qué es lo que escucho. Las letras se pierden en la falta de traducción, pero la música… Oooooooh, sí, la música. El último disco de los islandeses que amé apasionada y obsesivamente fue Takk. No podría decir si Kveikur lo desbanca, probablemente no lo haga. No creo que ningún disco me llegue a desbancar Takk. No perderé mucho tiempo nombrando la discografía debido a los extensos títulos que estos se cargan, y para una chilangonorteña como yo, hacer la referencia constantemente, me hace perder los hilos de las ideas. Mejor no. Mejor así, a lo sencillo. Si lo que buscan es discografía, just google it.
Así es. Sigur Rós. Y mis compatriotas y hermanos defequeños, pronto los estarán disfrutando. Esperemos que esta vez no cancelen por las migrañas que probablemente sufrirán –desgraciada altura, desgraciado calor-. Y mientras uno que vive tan lejos de la capital y tan cerca de los iunaited, se conforma con escucharlos en la total y completa belleza del microcosmos que crean mis audífonos. Yo sé que exagero en ello, pero… vaya… el sonido. La música. El ambiente. La oscuridad. No sé qué rayos me canta el Jónsi, se ha quedado perdido en lo extranjero. Mi otredad, sin embargo, logra lo que aquellos que lo escuchan en su lenguaje materno, o que hablan el idioma, jamás lograrán. El completo envolvimiento de lo desconocido, a pesar de ser ya, a estas alturas del juego de los Sigur Rós, un lugar muy común. Cuando el lenguaje dice todo al no decir nada.
“Brennisteinn”… what the fuck are you sayin’? Pero a quién le importa. La música es tan buena y logran envolverlo a uno, desde el inicio, en una oscuridad que no se encontraba al grado que lo encontramos en Kveikur. Incluso la portada crea esta sensación de dualidad ante el hecho de que hay alguien ahí detrás que sostiene una máscara ante su cara... un aspecto del día contra la noche propiamente, lo familiar y lo irreconocible. Sabrán ustedes, pero yo encuentro esa deformación de la realidad un poco espeluznante e increíble, como los cuentos que de niños nos aterraban y tanto amábamos. En fin. No podemos hablar propiamente del lenguaje de la lírica, pero sí del lenguaje de la música, incluso creo que este retiene para sí una facilidad mayor al de la palabra para comunicar la vasta extensión de las ideas, la imaginación y la completa gama de emociones que se encierran en el hombre. Así pues, este entramado y poético lenguaje tan ya característico de la banda islandesa (integrantes más, integrantes menos), es nuestro punto de partida para regresar al mundo de lo fantástico, mezclando lo orgánico que por naturaleza posee la música y desdoblándolo hacia lo maquinalmente electrónico; dicha inmersión me parece maravillosa. Y claro está, no es un completo desapego a la tradición, seguimos con la sensación de gran solemnidad ante construcciones sonoras tan complejas. Este es un álbum que se prepara para sermonear en una manera completamente anti-paternalista. No es condescendiente como lo llegó a ser durante en algún punto, como en piezas pasadas, digamos “Gobbledigook” y derivados (y pongo como referencia una canción y no el nombre del álbum el cuál es casi imposible escribir). Ha dejado todo eso detrás para convertirse en música inteligente y edificante, así como lo fue en un principio con obras como Ágætis Byrjun, ( ) y Takk. El álbum, según transcurren las canciones, va creciendo en uno. “Ísjaki” atrapa dentro de sí la nostalgia y ceremoniosidad de su época del Heima -maravilloso rockumentary que todos deberían ver, el cual encierra dentro de sí la majestuosidad del gran espectáculo visual que es Islandia con la música de la banda, lo cual obliga a uno a crecer una conciencia y amor hacia la naturaleza (por más cursi que eso se escuche). Pero por más desarrollo de la nostalgia que a la que esta nueva entrega nos empuje, “Kveikur” es un recordatorio de lo contrario, con una violencia y oscuridad que no se encontraba tan palpable anteriormente. Esas distorsiones de una guitarra que vibra casi orgásmicamente y las potentes descargas a la batería se meten bajo la piel.
Si ya hemos hablado de lenguaje, hablemos de espacio. En la música, al igual que en la literatura, existe una espacialidad dentro de la cual nos contextualizamos, como lectores o escuchas. Para dar con ello, la falta de significado que proporciona Sigur Rós facilita nuestra ubicación dentro de este. Es vasto, es extraordinario y altamente fantástico; no es que quiera referenciarlo hacia un mundo de hadas, pero en veces, y por qué no, el viaje hacia allá es necesario e inevitable. Por ejemplo, “Rafstraumur” me envía hacia un infinito páramo de colores en donde la gravedad no existe y el hombre puede volar (y si lo ridículo no es algo que puedan tomar por racional y concreto, no creo que este álbum sea para vos). Sea que en verdad merezcan el pedestal sobre el cual coloco a esta banda y su retorno, o sea que solamente refiero a mi pequeña obsesión con ellos, escuchar Kveikur ha sido un placer como en contadas ocasiones sucede, con cada canción que pasa. De inicio a fin, hay un hilo que difícilmente se rompe por cuestiones de aburrimiento, cansancio o falta de interés. Sé que muchos lo ignorarán por esa barrera idiomática y la complejidad que parece acarrear un tipo que toca su guitarra con un arco de violín, pero habrá otros que, como yo, se perderán por siempre en su bellísima narrativa.
Aquí, sólo un ejemplo: "Brennisteinn", la canción que abre esta maravilla de álbum.