Jamás solitaria, pero siempre sola. Encerrar lo que somos en la mente para nuestro propio deleite. Somos la mejor versión de nosotros mismos, pero sólo para estar con nuestra propia compañía. Nos gustamos a nosotros mismos y alabamos con piropos nuestra originalidad. Somos la bohemia solitaria. Somos la individualidad versificada en los poetas que aparentamos ser e incluso, a veces, en verdad llegamos a ser. Aun en la colectividad y en la diversificación del discurso, discutimos con nuestra conciencia, tomamos y criticamos las palabras ajenas para hacer valer nuestra superioridad. Entonces la verborrea se contiene en un ser, vertiéndose en sobre su origen con el recuerdo de cosas que otros dijeron antes que nosotros, como cuando Monsiváis decía que "de los valores y las costumbres imperantes sólo hay que retener la autocomplacencia o el deslumbramiento ante la propia audacia". Somos un ente que por mucho sobrepasa la otredad: esos seres que deambulan aparentando ser, pero no existen por sí mismos. Repiten lo dicho y degustan lo escuchado y aconsejado como si fuera descubrimiento, o peor, creación propia. Somos la mejor versión del todo porque lo que consumimos, leemos, escuchamos, observamos, tragamos e inhalamos es diferente, es único, como nosotros. Existe por sí mismo y nos define. Salmones contra la corriente. No pertenecemos al lugar al que todos se dirigen. Nuestro devenir se excusa de convencionalismos hasta el punto de caricaturizarse y pronto nos convertimos en una convención más venida a menos. Entonces, sólo entonces, la realidad nos golpea, nos ultraja, nos llaga la piel y corroe las entrañas. Y esa versión tan hermosa de uno mismo que con tanto celo y recelo custodiábamos como dragón a su tesoro, es despojada del santuario, profanado, quemado, desaparecido. Quedamos desnudos, estigmatizados y a expensas de la corriente. No hay nada que habite las carnes; ni ideas, ni opiniones, ni versos, ni canciones. Seres famélicos que buscan el sustento en las obviedades de la noche. Seres desempolvando pedestales para los nuevos ídolos que han de llegar revestidos de serpentinas y brillantitos. Aquellos a quienes ignorábamos en nuestro desentendimiento, se presentan erguidos, enajenados en ese locked-in-syndrome aprendido de uno y tomado como filosofía, aquella en la cual "yo soy la mejor versión del yo", y vemos entonces, con subjetivo horror, la gran tragedia del destino del yo, del tú, del ellos.
Escrito con la letra más pequeña que se puedan imaginar en un tríptico sobre los beneficios del café Starbucks, durante un estado de enajenamiento, fumando y sintiendo el quebrar de los huesos a causa del frío.
Transcrito mientras disfruto el calor de las colchas sobre mi cama, deseando un cigarro, mientras siento el quebrar de los huesos a causa del frío.