Faltan 15 minutos para las 3 de la mañana, o como diría Bergman (ese es Ingmar), “la hora del lobo”. Pasé cerca de una hora cambiando obstinadamente los canales, pero ¿qué puede esperar uno de la tele abierta en la madrugada? En menos de una hora, intentaron venderme unos zapatos que, con tan sólo ponérmelos me hacen bajar de peso, una máquina que me ejercita todos (así es, todos) los músculos del cuerpo y un aparato que rebana o procesa cualquier tipo de alimento, con el cual puedo preparar comida para toda la familia Brady en menos de 10 minutos. Tuve que desistir de tan buena programación y mejor puse una película, una perfecta para la ocasión, hecha para los que como yo no pueden dormir… Perdidos en Tokio de Sofia Coppola, una de mis películas favoritas. Creo que la he visto unas, no sé, 100 veces. Para muchos, la segunda obra de la hija de Francis no es nada especial, incluso la encuentran aburrida, lenta y sin sentido alguno. Yo no. Yo la amo y la puedo ver y ver sin perderle interés. Tal vez sea porque los dos personajes principales sufren de insomnio como yo, por lo que puedo empatizar y simpatizar; o tal vez sea el aparente laconismo que se mantiene latente durante toda la película. Sea lo que sea, me gusta.
Charlotte y Bob son dos personas totalmente distintas, con vidas diferentes y de generaciones diferentes; después de conocerse, descubren que los une un vínculo de soledad y confusión, tanto de la vida como de la cultura en la que actualmente se encuentran. Charlotte, interpretada por la sobrevaluada Scarlett Johansson, es una mujer inteligente, casada y perdida en la vida, pues no sabe qué hacer con ella misma; la eterna indecisa. Bob, interpretado por Bill Murray, es un famoso actor atrapado en Tokio para filmar una serie de comerciales para un whiskey japonés. A pesar de la fama y la riqueza de la que goza, Bob parece estar infelizmente casado, tanto con una mujer que ha dejado de comprenderlo como con una carrera que parece ya no satisfacerle como antes. La historia es muy sencilla, tal vez demasiado sencilla, aunque con mucha profundidad; es la historia de dos almas gemelas, separadas por el tiempo y las circunstancias que logran encontrarse en el otro lado del mundo y que pronto deberán separarse de nuevo. Es una historia que permite, hasta motiva, la interpretación de uno, sobre todo durante el final, cuando Bob le susurra algo al oído a una Charlotte que se ha quebrado en llanto y asiente ante las palabras de Bob. ¿Qué le estará diciendo? El idealista, el soñador, pensará que lo que le dice es que ambos se volverán a ver cuando ella regrese de Tokio. El realista pensaría que él tan sólo se despide de ella y le aconseja vivir su vida. El estúpido no pensaría nada.
Perdidos en Tokio es una película que yo recomiendo para quienes no pueden dormir, pero asegúrense de tener cigarros disponibles porque les dará ganas de fumar y tal vez beber sake o whiskey, pero ya de tener una botella de sake, eso si no lo sé (Charlotte fuma mucho y Bob bebe mucho). A resumidas cuentas, esta una película agradable y que tan sólo por la actuación de Bill Murray vale la pena, pues se roba la película, no está de más decirlo. Gracias a prodigios como Jim Jarmusch y Wes Anderson, Murray ha logrado reivindicarse como uno de los mejores actores de su generación. Sus papeles dramáticos son tan buenos, incluso mejores, que aquellos que llegó a desempeñar en la comedia.
Ya son cerca de las 4 de la mañana, la película está por terminar y creo que ya no dormiré, pero les deseo dulces sueños a todos. Bon nuit.
Charlotte y Bob son dos personas totalmente distintas, con vidas diferentes y de generaciones diferentes; después de conocerse, descubren que los une un vínculo de soledad y confusión, tanto de la vida como de la cultura en la que actualmente se encuentran. Charlotte, interpretada por la sobrevaluada Scarlett Johansson, es una mujer inteligente, casada y perdida en la vida, pues no sabe qué hacer con ella misma; la eterna indecisa. Bob, interpretado por Bill Murray, es un famoso actor atrapado en Tokio para filmar una serie de comerciales para un whiskey japonés. A pesar de la fama y la riqueza de la que goza, Bob parece estar infelizmente casado, tanto con una mujer que ha dejado de comprenderlo como con una carrera que parece ya no satisfacerle como antes. La historia es muy sencilla, tal vez demasiado sencilla, aunque con mucha profundidad; es la historia de dos almas gemelas, separadas por el tiempo y las circunstancias que logran encontrarse en el otro lado del mundo y que pronto deberán separarse de nuevo. Es una historia que permite, hasta motiva, la interpretación de uno, sobre todo durante el final, cuando Bob le susurra algo al oído a una Charlotte que se ha quebrado en llanto y asiente ante las palabras de Bob. ¿Qué le estará diciendo? El idealista, el soñador, pensará que lo que le dice es que ambos se volverán a ver cuando ella regrese de Tokio. El realista pensaría que él tan sólo se despide de ella y le aconseja vivir su vida. El estúpido no pensaría nada.
Perdidos en Tokio es una película que yo recomiendo para quienes no pueden dormir, pero asegúrense de tener cigarros disponibles porque les dará ganas de fumar y tal vez beber sake o whiskey, pero ya de tener una botella de sake, eso si no lo sé (Charlotte fuma mucho y Bob bebe mucho). A resumidas cuentas, esta una película agradable y que tan sólo por la actuación de Bill Murray vale la pena, pues se roba la película, no está de más decirlo. Gracias a prodigios como Jim Jarmusch y Wes Anderson, Murray ha logrado reivindicarse como uno de los mejores actores de su generación. Sus papeles dramáticos son tan buenos, incluso mejores, que aquellos que llegó a desempeñar en la comedia.
Ya son cerca de las 4 de la mañana, la película está por terminar y creo que ya no dormiré, pero les deseo dulces sueños a todos. Bon nuit.