martes, 2 de febrero de 2010

Un día... ¿como cualquier otro?

A veces se me antoja que la sangre se escapa
de mi cuerpo a raudales con sollozos de fuente.
Y la escucho manar con un largo murmullo,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.

Por toda la ciudad, como por un cercado,
se extiende, convirtiendo las baldosas en islas,
apagando la sed de todas las criaturas
y tiñendo de rojo cuanto encuentra a su paso.

He pedido mil veces a vinos traicioneros
que duerman por un día el terror que me mina;
pero el vino agudiza mi vista y mis oídos.

En el amor buscaba un sueño olvidadizo;
mas para mí el amor es un lecho de espinas
para dar de beber a esas crueles muchachas.

La fuente de sangre, Baudelaire

Paseando entre los estantes de la biblioteca, un tomo de Obra poética completa de Baudelaire cayó a mis pies por mero accidente del destino -¿será cierto? ¿será posible?-, lo levanté y lo traje conmigo hasta el cubiculo en el cual me encuentro justo ahora escribiendo esto. Lo hojié u hojeé, o flipié las hojas y dentro de Las lores del mal, me encontré con ese soneto que ven ustedes ahí arriba. Con un gran estrujamiento en el corazón, me gustó y lo encontré bastante adecuado para la ocasión, aunque lo más seguro es que el poema no tenga absolutamente nada que ver con la lúgubre interpretación que le estoy dando, pero es lo que tengo, es lo que llevo, lo que veo día con día, y eso es algo muy difícil de sacudirse de la cabeza, del espíritu entero. Es difícil mantener el optimismo erguido y bien cimentado, ultimamente no hay tarea más difícil que esa, aun así, no llega a ser imposible.