Lo he dicho, lo digo y lo seguiré diciendo: el libro siempre es mejor que la película, una verdad incuestionable y absoluta en mi propia opinión personal. Y ¿de qué hablo?, se preguntarán ustedes, pues del libro y la película de El lector. Aunque la película tuvo la detestable traducción de Una pasión secreta por estos lugares, como para llamar la atención de los fans teveinoveleros de Televisa. Pero bueno, para evitar enredos y malos engendros, me dirigiré a la historia como The Reader, tanto para la película como para el libro.
Primero, el libro.
La novela The Reader fue escrita por el alemán Bernhard Schlink, un autor que va directamente al grano, lo cual me sorprendió y me agradó bastante. En verdad que esperaba algo más descriptivo, algo que le diera vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y vueltas –así como yo- al asunto. Llámenlo como quieran llamarlo, tal vez un artilugio para quitar el mecanismo automático que tenemos muchas veces los lectores, ese de seguir una lectura como si fuese una canción de cuna que nos arrulla y nos hace piojito en la cabeza hasta que nos dormimos, pero el hecho de que la voz narrativa, desde que inicia su recuento de la historia hasta que termina, nos tome de la mano, de la cabeza, de la oreja o de la parte más escondida de nuestra razón y nos guíe por todos los pasillos creados por su imaginación, es completamente admirable, e inteligente, pues esta fue la razón que me impidió cerrar el libro, y que cuando en efecto debía ya cerrarlo porque era hora de ir a la meme y los ojos lloraban de cansancio, no podía esperar para continuar con la historia.
Para estos momentos creo que la temática ya está más que conocida. Michael, un muchachito de 15 años, conoce a Hanna, una enigmática mujer de 36. Ambos inician una relación amorosa, basada en sexo, duchas y lecturas. A Hanna le gusta que le lean, y a Michael le gusta complacer a Hanna en todo cuanto le pide. Pero Michael desconoce la razón de que Hanna le pida que le lea. Un día, Hanna desaparece, y un desconcertado Michael crece con la inmensa duda en lo más profundo y oscuro de su ser, hasta que por fin, algunos años después cuando él ya se encuentra estudiando la carrera de derecho, vuelve a ver a Hanna. Como parte de un seminario jurídico, Michael debe asistir al juicio en contra de un grupo de ex guardias de la S. S., encargadas de cuidar a las mujeres en los campos de concentración, quienes, durante un bombardeo, dejaron morir a 300 prisioneras mientras una iglesia se desplomaba en llamas sobre ellas. Entre las acusadas se encuentra Hanna. Durante el juicio, Michael descubre aquel misterio que siempre rondaba alrededor de Hanna, aquel secreto que encubría con tanto celo. Ella era analfabeta. Esto, por supuesto, será lo que ponga en conflicto a Hanna, lo que obstruya su camino hacia la libertad y lo que haga de Michael un gran e infinito nido de culpa e incertidumbre.
The Reader es una novela que engancha, encanta, que rompe el corazón y que le levanta el alma a uno. Es una de esas novelas que inspira a leer más y a conocer más, que vamos, ¿a quién no le gusta que le cuenten una historia que no conocía? ¿A quién no le gusta descubrir un libro que terminará por marcar un momento en la vida o, incluso, definir más su persona? Vaya, que así como me imagino a Hanna, al presenciar las historias, al convertirse en parte de ellas, al sentir cómo su espíritu se infla con cada palabra, así me siento yo cuando abro un libro, y obvio, lo leo.
Segundo, la película.
Estelarizada por Kate Winslet y Ralph Fiennes, pues la película sigue esa misma temática que ya burdamente les platiqué algunos párrafos arriba. La adaptación es buena y trata de mantenerse fiel a la novela; pero los momentos que tanto se disfrutan en la lectura, aquellos detalles que con cada letra que absorbemos al leer se pueden hasta saborear, en la película se pasan por alto. Dirán, “son detalles, ¿y qué?”. Pero los detalles luego son los que más revelan; son los detalles los que llaman la atención, los que nos hacen voltear. Son los detalles los responsables de las imágenes más bellas, de las más poéticas. Son estos detalles los que nos hacen disfrutar de un buen libro, de una buena película. Detalles que en ningún otro lugar encontraremos. Y son estos detalles que, cuando los llegamos a detectar, nos dan un increíble sentido de satisfacción.
Las actuaciones son buenas, pero hasta ahí. No son extraordinarias como muchos nos hicieron creer -el Oscar que recibió la Kate yo digo que se lo dieron porque ya se lo debían, no tanto porque se lo mereciera-; la fotografía es muy buena, los encuadres, la iluminación, y el ver plasmados en pantalla aquellos momentos que en la lectura me llenaron de emoción, como las lecturas de Michael hacia Hanna, los audiobooks improvisados que le enviaba a prisión y Hanna aprendiendo a leer. Sí, tuvo sus buenos momentos, pero la película en sí dejó mucho que desear. El tiempo en el que la acción se desarrolla es lento (muy lento) y tedioso. El score de la película distrae, aturde y molesta. Incluso el personaje de Michael termina por enfadar. Aquella omisión de detalles me desagradó, alguien por ahí debe aprender que a veces el silencio dice más. Y una lista de cositas, tal vez exageradas, tal vez razonables, que en conjunto evitaron que disfrutara de la película como disfruté de la novela.
Lo que aquí, mis queridos hermanos ciberblogeros les queiro decir es que: lean primero, vean después. O vean primero, lean después, como quieran. El orden de los factores no altera el producto, aunque en el aspecto literario/cinematográfico, tal vez no aplique. Así que, no sé, queda a su propio criterio personal. Si por ahí se encuentran el libro, no lo dejen pasar, y si lo leen, regresen y cuéntenme si les ha gustado.
Primero, el libro.
La novela The Reader fue escrita por el alemán Bernhard Schlink, un autor que va directamente al grano, lo cual me sorprendió y me agradó bastante. En verdad que esperaba algo más descriptivo, algo que le diera vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y vueltas –así como yo- al asunto. Llámenlo como quieran llamarlo, tal vez un artilugio para quitar el mecanismo automático que tenemos muchas veces los lectores, ese de seguir una lectura como si fuese una canción de cuna que nos arrulla y nos hace piojito en la cabeza hasta que nos dormimos, pero el hecho de que la voz narrativa, desde que inicia su recuento de la historia hasta que termina, nos tome de la mano, de la cabeza, de la oreja o de la parte más escondida de nuestra razón y nos guíe por todos los pasillos creados por su imaginación, es completamente admirable, e inteligente, pues esta fue la razón que me impidió cerrar el libro, y que cuando en efecto debía ya cerrarlo porque era hora de ir a la meme y los ojos lloraban de cansancio, no podía esperar para continuar con la historia.
Para estos momentos creo que la temática ya está más que conocida. Michael, un muchachito de 15 años, conoce a Hanna, una enigmática mujer de 36. Ambos inician una relación amorosa, basada en sexo, duchas y lecturas. A Hanna le gusta que le lean, y a Michael le gusta complacer a Hanna en todo cuanto le pide. Pero Michael desconoce la razón de que Hanna le pida que le lea. Un día, Hanna desaparece, y un desconcertado Michael crece con la inmensa duda en lo más profundo y oscuro de su ser, hasta que por fin, algunos años después cuando él ya se encuentra estudiando la carrera de derecho, vuelve a ver a Hanna. Como parte de un seminario jurídico, Michael debe asistir al juicio en contra de un grupo de ex guardias de la S. S., encargadas de cuidar a las mujeres en los campos de concentración, quienes, durante un bombardeo, dejaron morir a 300 prisioneras mientras una iglesia se desplomaba en llamas sobre ellas. Entre las acusadas se encuentra Hanna. Durante el juicio, Michael descubre aquel misterio que siempre rondaba alrededor de Hanna, aquel secreto que encubría con tanto celo. Ella era analfabeta. Esto, por supuesto, será lo que ponga en conflicto a Hanna, lo que obstruya su camino hacia la libertad y lo que haga de Michael un gran e infinito nido de culpa e incertidumbre.
The Reader es una novela que engancha, encanta, que rompe el corazón y que le levanta el alma a uno. Es una de esas novelas que inspira a leer más y a conocer más, que vamos, ¿a quién no le gusta que le cuenten una historia que no conocía? ¿A quién no le gusta descubrir un libro que terminará por marcar un momento en la vida o, incluso, definir más su persona? Vaya, que así como me imagino a Hanna, al presenciar las historias, al convertirse en parte de ellas, al sentir cómo su espíritu se infla con cada palabra, así me siento yo cuando abro un libro, y obvio, lo leo.
Segundo, la película.
Estelarizada por Kate Winslet y Ralph Fiennes, pues la película sigue esa misma temática que ya burdamente les platiqué algunos párrafos arriba. La adaptación es buena y trata de mantenerse fiel a la novela; pero los momentos que tanto se disfrutan en la lectura, aquellos detalles que con cada letra que absorbemos al leer se pueden hasta saborear, en la película se pasan por alto. Dirán, “son detalles, ¿y qué?”. Pero los detalles luego son los que más revelan; son los detalles los que llaman la atención, los que nos hacen voltear. Son los detalles los responsables de las imágenes más bellas, de las más poéticas. Son estos detalles los que nos hacen disfrutar de un buen libro, de una buena película. Detalles que en ningún otro lugar encontraremos. Y son estos detalles que, cuando los llegamos a detectar, nos dan un increíble sentido de satisfacción.
Las actuaciones son buenas, pero hasta ahí. No son extraordinarias como muchos nos hicieron creer -el Oscar que recibió la Kate yo digo que se lo dieron porque ya se lo debían, no tanto porque se lo mereciera-; la fotografía es muy buena, los encuadres, la iluminación, y el ver plasmados en pantalla aquellos momentos que en la lectura me llenaron de emoción, como las lecturas de Michael hacia Hanna, los audiobooks improvisados que le enviaba a prisión y Hanna aprendiendo a leer. Sí, tuvo sus buenos momentos, pero la película en sí dejó mucho que desear. El tiempo en el que la acción se desarrolla es lento (muy lento) y tedioso. El score de la película distrae, aturde y molesta. Incluso el personaje de Michael termina por enfadar. Aquella omisión de detalles me desagradó, alguien por ahí debe aprender que a veces el silencio dice más. Y una lista de cositas, tal vez exageradas, tal vez razonables, que en conjunto evitaron que disfrutara de la película como disfruté de la novela.
Lo que aquí, mis queridos hermanos ciberblogeros les queiro decir es que: lean primero, vean después. O vean primero, lean después, como quieran. El orden de los factores no altera el producto, aunque en el aspecto literario/cinematográfico, tal vez no aplique. Así que, no sé, queda a su propio criterio personal. Si por ahí se encuentran el libro, no lo dejen pasar, y si lo leen, regresen y cuéntenme si les ha gustado.
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