Una de las bellezas de la noche es que, cuando no estoy muerta de sueño y de cansancio, físico y mental, pero sobre todo, me corren por las venas la cafeína y la nicotina consumidas un par de horas atrás, puedo dedicarme un poco de ocio apapachador, ese en donde los audífonos son una herramienta escencial para la edificación de un microcosmos, una burbuja, un espacio personal, un como-lo-quieran-llamar, en donde habitamos tan sólo mi mente, mi música y yo; mi lugar feliz, mi lugar especial, en donde las voces que permanecen silenciadas durante el día pueden manifestarse en un completo libertinaje. Hablan todas al mismo tiempo, excitadas, confundidas por la cafeína y por el sopor de las alucinaciones emancipadas de la jaula de la discreción y el decoro, incitadas por aquel par de cigarrillos que me permití disfrutar entre el fresco viento de marzo que sopla los avisos de una próxima primavera sin dejar los ecos del invierno. Así que, mientras en mi habitat de sonidos y sensaciones, en donde un David Byrne canta "Psycho Killer" cual canción de cuna a mi oído, estiro estos dedos que ya sentían el engarrotamiento del devenir del tiempo por haberse visto privados de la escritura, de mí querida escritura non-sense. Estas palpables visiones/sensaciones, no sé cuánto duren, con cuánto tiempo me agracien mi existencia nocturna antes de que el sueño, inevitablemente, termine ganando nuevamente la batalla. Se aventaja provocándome un ligero dolor de sienes; pulsaciones que inflan a ritmo las venas, erizando la piel, expulsando sudor frío por los poros y obligando a que los bostezos me provoquen amnesia temporal... temporal para que todo lo que en el momento necesitara salir, quede nuevamente atrapado en esa jaula de decoro y discreción... la jaula.. temida y odiosa jaula... Bostezo. Olvido. Y nuevamente, se rompe el hilo que parecía, ahora sí, tejer algo interesante.
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