En verdad, se necesita la inteligencia de todos para que se pueda incrementar el nivel de lectura en el país y que tengamos librerías dignas y trabajadores que realmente hayan abierto un libro en su vida.Cuando llegué al Salón del Libro de París rápidamente pasó por mi cabeza una secuencia de imágenes trágicas que los mexicanos hemos vivido en los mundiales de futbol. Sin embargo, cuando el Jamaicón Villegas, famoso por no poder jugar fuera de México, apenas se recuperaba del primer gol a favor (el stand estaba impecable) cayó el segundo: en las estanterías no había revistas de chismes y la oferta literaria del país estaba bien representada (si esa oferta es buena o no es otro asunto). Caminé por los pasillos y vi a Guillemo Fadanelli [sic] y Martín Solares en el stand de Christian Bourgois, a Álvaro Enrigue [sic] y Mario Bellatin en el Gallimard, a Fabrizio Mejía Madrid y Carmen Boullosa en el de Les Allusifs. A estas alturas el Jamaicón ya no sentía lo duro sino lo tupido. Así, de entrada, la participación mexicana fue limpia y digna. Empeñado en amalgamar los defectos del primer mundo con los del tercero, dejando de lado las virtudes de ambos, el país encontró en Philippe Ollé-Laprune y Christian Moire un antídoto: Lire dedicó un número a la delegación mexicana y Le Monde hizo lo propio en su suplemento de libros.
Agotados los aplausos y pasada la efervescencia del viaje, uno no puede dejar de pensar en el contraste entre las industrias editoriales de Francia y México. En un foro se escuchó a editores nacionales quejarse de lo poco que se traduce a pensadores mexicanos al francés. Lpos galos reconocieron que conocen escasamente lo que se hace en México, pero preguntaron por qué los editores del país no participan regularmente en el circuito de ferias de libro internacionales, por qué no hay catálogos de derechos traducidos, en dónde circulan las ideas de los pensadores mexicanos. Las diferencias comenzaron a notarse. En otro espacio, organizado por Marcelo Uribe, nos percatamos de la abismal distancia que separa a las librerías mexicanas de las francesas. En una sesión de trabajo vimos con sorpresa que ¡existe la profesión de librero!, que el comercio grosero que se vive en (casi) todas las librerías mexicanas no es la norma, que se puede recuperar la vieja noción del librero como puente entre el editor y los lectores.Al final el Jamaicón regresó con una inusitada derrota a cuestas, pero el torneo no ha terminado. El propósito de nuestra participación en el Salón del Libro parisino era establecer relaciones entre ambas industrias editoriales, el preludio de una interacción verdadera entre Francia y México. Queda por ver si tenemos gasolina suficiente para hacer los recorridos de manera continua. El esfuerzo requiere determinación, talento e inteligencia para que lo vivido no se archive en el álbum de vacaciones familiares.
Nomás porque sí: porque fanfarronerías sonoras provenientes de trompetas doradas llenan el archivero de mi cabeza. Porque los bloques contra la inspiración aturden. Porque no hay más que hacer más que aventar los escupitajos de letras hacia el camino. Porque duelen las llagas de los dedos de tanto escribir. Porque hay que escribir. Porque si no escribo, moriré.
martes, 16 de junio de 2009
"México en el salón del Libro de París"
Leí un pequeño y muy interesante artículo en una de las mejores revistar críticas sobre arte -en todos sus sentidos- del país. La revista es La Tempestad y el artículo escrito por Diego Rabasa, toca un tema muy importante sobre el problema de las editoriales y, consecuentemente, la falta de lectura en el país. Espero les interese y les mueva o espine algo en su interior.
"México en el Salón del Libro de París" por Diego Rabasa.
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