Esta semana me regalaron El tambor de hojalata por Günter Grass. En las escasas 10 páginas que llevo leídas puedo decir que ha llamado completamente mi atención. Y dentro de estas mismas diez páginas leí lo siguiente:
"Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y mal educados que son".
No lo sé, por algún motivo, por alguna razón, este fragmento resaltó entre aquellas hileras de letras. Será que todos vivimos encerrados en algún manicomio olvidado de los ojos del mundo. Un manicomio de barrotes blancos y brillosos que protegen nuestra libertad y nuestras ideas que se ven amenazados por el hombre común y corriente, que vive y respira sin ambición y sueños. En verdad, ¡qué miedo de mundo sería ese!
"Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y mal educados que son".
No lo sé, por algún motivo, por alguna razón, este fragmento resaltó entre aquellas hileras de letras. Será que todos vivimos encerrados en algún manicomio olvidado de los ojos del mundo. Un manicomio de barrotes blancos y brillosos que protegen nuestra libertad y nuestras ideas que se ven amenazados por el hombre común y corriente, que vive y respira sin ambición y sueños. En verdad, ¡qué miedo de mundo sería ese!
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