“We’ve Been Had” fue la canción con la que todo inició. Ese piano que embrujaba como con una canción de cuna, haciendo el “ven pa’cá” con el dedo índice; esa melodía salvajemente tranquila, el ritmo embelesador de sentidos… la sumatoria de estos elementos me cautivó y a partir de este punto me volví fan de esta banda neoyorkina. The Walkmen ya tienen rato moviéndose en la escena musical internacional y la sólida base de fans que a lo largo de los años se ha formado, como yo, se mueve en armonía con ellos. No es una banda que pueda llamarse comercial (gracias a Dios), en el sentido que Lady Gaga es comercial, o Madonna es comercial, o Coldplay es comercial… no. Estos muchachones mantienen su dignidad, su integridad, su carácter y su personalidad. Mantienen los acordes y los riffs, los ritmos y los beats. Mantienen su esencia, aquella que no cambia, que no se destruye. Evoluciona el sonido, evolucionan las letras, pero siguen siendo los mismos, rockeros, geeks y encantadores.
Hace unos años, The Walkmen fue la banda telonera en el tour de Incubus (no me pregunten cuál, porque no recuerdo), y visitaron la vecina ciudad de El Paso, Tejas. Mi mejor amigo llegó un día y me dijo “he aquí un boleto extra, intencionalmente comprado para mi novia, con la que acabo de cortar… ¿quieres ir?”. Me valió ser plato de segunda mesa, el concierto lo valía. Claro que quería ir, era The Walkmen e Incubus me gustaba rete-harto también. Así que me preparé para vivir mi primer concierto y gritar con todo el aire de mis pulmones; la emoción era demasiada, tanta que las venas de mi frente no paraban de punzar. Llegamos por fin a la caseta, después de una hora y tanto que hicimos de línea. El oficial pide los pasaportes, revisa el mío, me voltea a ver y me dice que me baje del carro y me regrese: “su pasaporte ya venció”. Le quité de las manos el cuadernillo verde y vi que llevaba vencido tres días. Por más que rogué y expliqué, con toda la amabilidad y la ternura de una muchacha melómana que nunca ha ido a un concierto puede demostrar, que sólo eran 3 pinches días y yo ya contaba con el boleto del concierto. “Nou, usted nou puede pasaorrrr. Se baha de el carrou ou los ruegresou a todous”, me contestó; así pues, me bajó del carro y con el orgullo, la dignidad y los sueños aplastados por el Tío Sam, caminé derrotada de regreso al otro lado, a mi lado. Gracias a mi madre que llegó con una hamburguesa para así poder ahogar las penas con el comestible consumismo gringo.
Mientras la oportunidad me vuelve a tocar a las puertas, The Walkmen me llega con Lisbon, lo más nuevo dentro de una obra discográfica que va creciendo a paso constante y seguro, y mientras lo escucho una y otra y otra vez, puedo decir, con absoluta seguridad, que han retornado a su lugar de origen, revisitando y rehabilitando ese sonido ya característico el cual corre como líquido medular. Sórdidas guitarras emulando algún tipo de Surf o Rock-a-billy. Ritmos de una complejidad bastante sencilla, acompañados por la aguda, y un tanto gangosa, voz de Hamilton Leithauser. Lisbon no es un álbum excelente y definitivamente no sobre pasa la grandeza de You & Me, no es un álbum tan violento y ruidoso como Bows + Arrows, y ya no cuenta con esa tierna ingenuidad de su debut, sin embargo, hay algo. Tiene un no sé qué, que qué se yo. Tiene, como he dicho, esa esencia que tanto nos gusta (a los fans) de The Walkmen. Tal vez sea que las canciones parecen ir fuera de tiempo o la crudeza de la composición. O simplemente es el mundo al que nos introduce, un mundo en donde se puede decir “déjame en paz… me vale madre todo”, un mundo en donde nos desquiciamos moviendo frenéticamente los pies al ritmo de cada canción, un mundo en donde es válido tocar air-drums o air-guitar. El mundo de los toquines, los bares, los cigarros, los converse y los entubados. Quizá quien no guste de esta banda, escuche Lisbon y sienta ganas de vomitar (porque se vale), quizá, incluso, habrá el fan que diga “esto es mierda”, pero por lo pronto, esta fan (o sea yo) está de lo más divertida moviendo frenéticamente la cabeza, tocando air-drums con el volumen a todo lo que da.
Hace unos años, The Walkmen fue la banda telonera en el tour de Incubus (no me pregunten cuál, porque no recuerdo), y visitaron la vecina ciudad de El Paso, Tejas. Mi mejor amigo llegó un día y me dijo “he aquí un boleto extra, intencionalmente comprado para mi novia, con la que acabo de cortar… ¿quieres ir?”. Me valió ser plato de segunda mesa, el concierto lo valía. Claro que quería ir, era The Walkmen e Incubus me gustaba rete-harto también. Así que me preparé para vivir mi primer concierto y gritar con todo el aire de mis pulmones; la emoción era demasiada, tanta que las venas de mi frente no paraban de punzar. Llegamos por fin a la caseta, después de una hora y tanto que hicimos de línea. El oficial pide los pasaportes, revisa el mío, me voltea a ver y me dice que me baje del carro y me regrese: “su pasaporte ya venció”. Le quité de las manos el cuadernillo verde y vi que llevaba vencido tres días. Por más que rogué y expliqué, con toda la amabilidad y la ternura de una muchacha melómana que nunca ha ido a un concierto puede demostrar, que sólo eran 3 pinches días y yo ya contaba con el boleto del concierto. “Nou, usted nou puede pasaorrrr. Se baha de el carrou ou los ruegresou a todous”, me contestó; así pues, me bajó del carro y con el orgullo, la dignidad y los sueños aplastados por el Tío Sam, caminé derrotada de regreso al otro lado, a mi lado. Gracias a mi madre que llegó con una hamburguesa para así poder ahogar las penas con el comestible consumismo gringo.
Mientras la oportunidad me vuelve a tocar a las puertas, The Walkmen me llega con Lisbon, lo más nuevo dentro de una obra discográfica que va creciendo a paso constante y seguro, y mientras lo escucho una y otra y otra vez, puedo decir, con absoluta seguridad, que han retornado a su lugar de origen, revisitando y rehabilitando ese sonido ya característico el cual corre como líquido medular. Sórdidas guitarras emulando algún tipo de Surf o Rock-a-billy. Ritmos de una complejidad bastante sencilla, acompañados por la aguda, y un tanto gangosa, voz de Hamilton Leithauser. Lisbon no es un álbum excelente y definitivamente no sobre pasa la grandeza de You & Me, no es un álbum tan violento y ruidoso como Bows + Arrows, y ya no cuenta con esa tierna ingenuidad de su debut, sin embargo, hay algo. Tiene un no sé qué, que qué se yo. Tiene, como he dicho, esa esencia que tanto nos gusta (a los fans) de The Walkmen. Tal vez sea que las canciones parecen ir fuera de tiempo o la crudeza de la composición. O simplemente es el mundo al que nos introduce, un mundo en donde se puede decir “déjame en paz… me vale madre todo”, un mundo en donde nos desquiciamos moviendo frenéticamente los pies al ritmo de cada canción, un mundo en donde es válido tocar air-drums o air-guitar. El mundo de los toquines, los bares, los cigarros, los converse y los entubados. Quizá quien no guste de esta banda, escuche Lisbon y sienta ganas de vomitar (porque se vale), quizá, incluso, habrá el fan que diga “esto es mierda”, pero por lo pronto, esta fan (o sea yo) está de lo más divertida moviendo frenéticamente la cabeza, tocando air-drums con el volumen a todo lo que da.
2 comentarios:
Tu esposo y tu son inigualables...Quiero ser como ustedes dos asi de interesantes un besoo a ambos...
¡Hola Mayte! Qué gusto saludarte, Erick me ha platicado mucho de tí. Gracias por el comentario, aunque yo pienso que ni tan interesantes, nomás derrepente.
Nos vemos pronto.
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