Hace poco vi por primera vez Rushmore (Tres es multitud, 1998) del más que brillante director tejano Wes Anderson, su segundo largometraje precedido por Bottlerocket, la película que lo lanzó a la fama, gracias a James L. Brooks, quien tuvo la fortuna de descubrir el talento narrativo de Anderson y Owen Wilson (ambos eran compañeros de escuela y se dedicaban a realizar guiones y cortometrajes). Esa mancuerna funcionó nuevamente con Rushmore y con la cual tanto Anderson como Wilson obtuvieron notoriedad y respeto dentro de la industria cinematográfica, tanto por sus habilidades narrativas, como por la dirección o la actuación (esto en el caso de Wilson quien más tarde se consolidaría como actor). El director parece no haber sido afectado por la creciente y crónica falta de originalidad entre el séquito de directores, productores y escritores hollywoodenses que parecen sufrir de él, al contrario. Anderson, o si cariñosamente le quieren llamar Wes, como yo lo hago, es un creador en el amplio y profundo sentido de la palabra; un innovador, un visionario y un artista. Sus películas no se sienten como un conjunto de procedimientos técnicos, ya saben, mucha faramalla tecnológica para quitar la atención de una historia que nada ofrece.
Rushmore, es la historia de Max Fischer, un excéntrico muchacho que vive en una constante fantasía sobre él mismo, recreando la realidad que no acepta como suya, al ser el hijo de un pobre barbero. Tras ser acreedor de una beca, Max logra entrar a la muy prestigiada, y un tanto elitista, academia Rushmore, el más grande amor de Max, ya que representa todo aquello que él no es y quiere ser. Es, en verdad, una pasión para él y se desvive por el colegio, creando grupos y participando en una exagerada cantidad de actividades extracurriculares, lo cual termina por convertirlo en el peor estudiante que jamás haya entrado a la academia. Ahí es en donde conoce a Herman Blume, un rico y exitoso empresario que vive infeliz a causa de su familia con quien no encuentra relación alguna, fuera de la relación sanguínea, pero que en Max encuentra a su mejor amigo. Max conoce también a la Srita. Cross, una maestra de preescolar, inglesa, hermosa y viuda, y de quien se enamorará perdidamente. A su vez, ella se enamora de Blume y Blume de ella, creando un triángulo amoroso que terminará por cargar el resto de la trama hasta el clímax de la película.
Bill Murray interpreta a Herman Blume, papel con el cual dejó detrás, muy, muy detrás, su vida de cazafantasma y con el cual le demostró y le restregó a la crítica americana (y a la del mundo entero para esto) que él sí sabía actuar, que esa es su vocación y que es una chingonada en lo que hace. Demuestra qué tan multifacético puede ser y que se desarrolla tan bien en el drama como en la comedia, incluso mejor. Su actuación es perfecta y mantiene una muy buena dinámica con Jason Schwartzman, quien interpreta a Max Fischer, formando una especie de odd couple. Rushmore es la presentación de Schwartzman al cine. Puede ser un nombre no muy conocido, ya que se ha mantenido con pequeñas películas de arte o independientes, pero que en cada una de ellas es capaz de robar escena, como es el caso aquí. Tanto él como Murray, se han convertido en actores “fetiche” de Anderson, quien generalmente los invita a participar en sus películas, especialmente Murray quien ha aparecido en 5 de las 6 películas que el director guarda bajo su axila.
Las historias de Anderson son inconfundibles y siempre giran en torno a una misma carga temática, ya sea la familia, la amistad, la soledad, la redención, el cagarla y volverse a levantar, el perdón y el vivir la vida; trata cada uno de estos puntos con un laconismo que maravilla y extraña, que divierte y nos empuja a la contemplación. En este caso, un bien podría terminar odiando a Max por desear a la maestra Cross de una manera tan enfermiza, pero al final, uno se identifica con el sentimiento de soledad o confusión por el cual podría estar pasando. O también si tomamos al personaje de Blume, quien vive en un constante estado de depresión gracias a la bestialidad de hijos irrespetuosos que tiene o la esposa que parece odiarlo y ponerle el cuerno frente a su cara, y que de todos modos, logra encontrar todo lo que le faltaba en la amistad de Max o la mutua atracción entre la Srita. Cross y él. Cuando el personaje de Murray salta en escena, uno no sabe si reír o llorar ante la melancolía reflejada en su rostro.
Rushmore es una película que corre a un ritmo melódico, nada lento, nada torpe. El ojo de Anderson nos proporciona una poética visual rebosante de melancolía, con encuadres perfectos y ambientes musicales que hechizan; si bien se puede decir que Anderson es un director prodigioso, también se puede mencionar, o se debe de hacerlo, que él es un melómano hecho y derecho. Prueba de ello es la deleitable recopilación de canciones que va desde The Kinks, Cat Stevens y The Faces, hasta The Who y John Lennon, sin mencionar los temas de Mark Mothersbaugh que complementan a la perfección la narrativa de la película. En cada uno de los temas musicales, ya sean creación de Mothersbaugh o The Kinks, reflejan la extraña personalidad de cada personaje, con Max brillando por encima de todos. Es una maravilla poder explorar personajes o tramas a través de la música, John Lennon dice tanto con “Oh Yoko” en una escena como cualquier otra cosa. Así como “una imagen dice más de mil palabras”, a veces una canción puede decir más que una imagen… y en Rushmore abundan las imágenes, los detalles y las canciones. Con esta película, Wes Anderson se ha ganado uno de los peldaño más altos en mi lista de directores favoritos (y eso que ya estaba muy arriba).
Rushmore, es la historia de Max Fischer, un excéntrico muchacho que vive en una constante fantasía sobre él mismo, recreando la realidad que no acepta como suya, al ser el hijo de un pobre barbero. Tras ser acreedor de una beca, Max logra entrar a la muy prestigiada, y un tanto elitista, academia Rushmore, el más grande amor de Max, ya que representa todo aquello que él no es y quiere ser. Es, en verdad, una pasión para él y se desvive por el colegio, creando grupos y participando en una exagerada cantidad de actividades extracurriculares, lo cual termina por convertirlo en el peor estudiante que jamás haya entrado a la academia. Ahí es en donde conoce a Herman Blume, un rico y exitoso empresario que vive infeliz a causa de su familia con quien no encuentra relación alguna, fuera de la relación sanguínea, pero que en Max encuentra a su mejor amigo. Max conoce también a la Srita. Cross, una maestra de preescolar, inglesa, hermosa y viuda, y de quien se enamorará perdidamente. A su vez, ella se enamora de Blume y Blume de ella, creando un triángulo amoroso que terminará por cargar el resto de la trama hasta el clímax de la película.
Bill Murray interpreta a Herman Blume, papel con el cual dejó detrás, muy, muy detrás, su vida de cazafantasma y con el cual le demostró y le restregó a la crítica americana (y a la del mundo entero para esto) que él sí sabía actuar, que esa es su vocación y que es una chingonada en lo que hace. Demuestra qué tan multifacético puede ser y que se desarrolla tan bien en el drama como en la comedia, incluso mejor. Su actuación es perfecta y mantiene una muy buena dinámica con Jason Schwartzman, quien interpreta a Max Fischer, formando una especie de odd couple. Rushmore es la presentación de Schwartzman al cine. Puede ser un nombre no muy conocido, ya que se ha mantenido con pequeñas películas de arte o independientes, pero que en cada una de ellas es capaz de robar escena, como es el caso aquí. Tanto él como Murray, se han convertido en actores “fetiche” de Anderson, quien generalmente los invita a participar en sus películas, especialmente Murray quien ha aparecido en 5 de las 6 películas que el director guarda bajo su axila.
Las historias de Anderson son inconfundibles y siempre giran en torno a una misma carga temática, ya sea la familia, la amistad, la soledad, la redención, el cagarla y volverse a levantar, el perdón y el vivir la vida; trata cada uno de estos puntos con un laconismo que maravilla y extraña, que divierte y nos empuja a la contemplación. En este caso, un bien podría terminar odiando a Max por desear a la maestra Cross de una manera tan enfermiza, pero al final, uno se identifica con el sentimiento de soledad o confusión por el cual podría estar pasando. O también si tomamos al personaje de Blume, quien vive en un constante estado de depresión gracias a la bestialidad de hijos irrespetuosos que tiene o la esposa que parece odiarlo y ponerle el cuerno frente a su cara, y que de todos modos, logra encontrar todo lo que le faltaba en la amistad de Max o la mutua atracción entre la Srita. Cross y él. Cuando el personaje de Murray salta en escena, uno no sabe si reír o llorar ante la melancolía reflejada en su rostro.
Rushmore es una película que corre a un ritmo melódico, nada lento, nada torpe. El ojo de Anderson nos proporciona una poética visual rebosante de melancolía, con encuadres perfectos y ambientes musicales que hechizan; si bien se puede decir que Anderson es un director prodigioso, también se puede mencionar, o se debe de hacerlo, que él es un melómano hecho y derecho. Prueba de ello es la deleitable recopilación de canciones que va desde The Kinks, Cat Stevens y The Faces, hasta The Who y John Lennon, sin mencionar los temas de Mark Mothersbaugh que complementan a la perfección la narrativa de la película. En cada uno de los temas musicales, ya sean creación de Mothersbaugh o The Kinks, reflejan la extraña personalidad de cada personaje, con Max brillando por encima de todos. Es una maravilla poder explorar personajes o tramas a través de la música, John Lennon dice tanto con “Oh Yoko” en una escena como cualquier otra cosa. Así como “una imagen dice más de mil palabras”, a veces una canción puede decir más que una imagen… y en Rushmore abundan las imágenes, los detalles y las canciones. Con esta película, Wes Anderson se ha ganado uno de los peldaño más altos en mi lista de directores favoritos (y eso que ya estaba muy arriba).
No hay comentarios:
Publicar un comentario