Son las 10 con 10, está oscuro y huele a lluvia. Me he tomado un pequeño receso de la tarea para ponerme un suéter, pues aquí, en donde pega de frente el aire acondicionado, hace frío. Quizá deba apagarlo, aunque entonces me vería inmersa en el peor de los bochornos… la humedad del ambiente se filtra por las ventanas y las paredes, haciendo de este pequeño espacio algo insoportable. Pero como he dicho, está oscuro, huele a lluvia y para humedecer aún más el ambiente, escucho con todo el volumen que mi computadora puede producir, los mágicos sonidos creados por Vangelis. La banda sonora de Blade Runner me ayuda a sumergirme dentro de un mundo tan poéticamente bizarro, colorido, y curiosamente, opaco a la vez. Me dan ganas de fumar mientras imagino unicornios corriendo por un bosque y monstruosas pirámides entre columnas de fuego y lluvia. Esa música que viene de ninguna parte me tiene en un estado de completa hipnosis, cual consola de estímulo cerebral artificial de Penfield; verdaderamente son sirenas que llaman, no a la muerte, sino a todo lo contrario. Nunca me había sentado a escuchar la banda sonora de principio a fin, y es que, a pesar de esa plasticidad casi palpable de las notas, cada track respira vida. Supongo que debo dejar de lado semejantes cosas para no ser tachada de rarilla. Mejor regreso a lo que debería de estar haciendo en vez de esto… la tarea. ¿Ya ven? No me inciten a hablar de ciertos temas, me emociono y luego no hay quien me pare.
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