Escucho y reflexiono entre el bullicio y el murmullo de una ciudad clamante de cambio y justicia. Pero qué cosas digo y qué cosas pienso. Tonterías para un niño, utopías para el adulto. La tierra prometida, perdida hace mucho tiempo. El hombre, hace tiempo, que salió del oscurantismo y conoció artes y ciencias y oficios; ideologías y teorías y experimentos; y a medida que usó su cerebro, su masa y porcentaje fue en aumento. Pero qué ayeres tan legendarios y míticos ahora los vemos, porque, a excepción de algunos, el hombre a su cerebro ha dejado de ejercitar y enseñar; aquel porcentaje que los ancestros y antepasados lograron juntar, a razón de burla muchos dejaron de usar. Lo que a generaciones enteras aprender a leer les llegó a costar, niños y jóvenes ahora se pavonean por aprender a desechar y así que se van perdiendo las miles de voces que llegaron a gritar entre páginas y capítulos y volúmenes y colecciones y que por ello hasta perseguidos llegaron a estar. Aún, cada quien se vuelve el vegetal que quiere. Sin pesar ni penúmbras que le sigan, tan sólo una alegre ignorancia que victoriosa adquiere, los sigue airosa a las víctimas estúpidas de azarosas existencias. Campañas en su nombre deberían de haber y la guerra en su contra y de esta vida desaparecer. Pero la ignorancia escala y vuela y es de dura muela y sabe ser puta de quienes en la mano juegan con el poder. Pues esta la ley de la vida, la sobrevivencia del más fuerte, la ley de la selva: el fuerte domina al débil, el astuto al pendejo, el instruido al ignorante y de aquí en adelante que ya me has entendido. Así que por tu mente guarda cuidado, no la des por hecho que no todas las has ganado; aquí el único verdadero sabio es Aquel que de arriba te avienta pedradas cuando has sido un auténtico necio descuidado.
(Y mientras escucho el silencio, hoy es sabio, mucho lo es).
(Y mientras escucho el silencio, hoy es sabio, mucho lo es).
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