martes, 21 de septiembre de 2010

Have One On Me, Joanna Newsom


Johanna Newsom no es un nombre muy conocido, al menos no en esta ciudad, ya quién sabe en el país, y lo que ella crea no es nada convencional. Incluso, para quien no mantenga una mente abierta, será poco digerible, y esto lo digo en el mejor de los sentidos, porque su música es verdaderamente especial, original y sorprendente.

“No hay quinto malo” dicen por ahí. Si esta frase la pueden aplicar para cualquier secuela fílmica de esas que no merecen la pena verse, con mucha más razón aplica en el caso de Newsom y Have One On Me, su quinto álbum (si se cuentan dos obras previas lanzadas de manera independiente) en una muy impresionante carrera musical. Dentro de una larga tradición de mujeres con voces peculiares, Joanna se lleva el premio. Su estilo es tan singular como aquel que Björk introdujo en el mundo de la música, aunque Joanna recuerda más a la bandera folk ondeada hace algún tiempo por Joni Mitchel, quien serviría como mejor referencia para entender la música de Newsom.

El álbum corre durante dos horas, a lo largo de tres discos, y restregando ante nuestros oídos, o qué digo oídos, restregando frente a nuestros sentidos, una obra épica que captará nuestra imaginación y que seguramente nos transportará hacia lugares jamás imaginados. Joanna ciertamente ha evolucionado en todos los aspectos técnicos y creativos: la letra, la música y sobre todo, su voz. De comparar un álbum como The Milk-Eyed Mender a Have One On Me, la diferencia se convierte en algo abismal, por dramatizar un poco.

Encontrarse una obra artística de este calibre, una que pide lo mejor de nuestra atención, es un maravilloso alivio, dentro de una cultura musical que exige cada vez menos de su público y entrega un tanto menos a eso: música automática, mucha forma y nada de fondo. Artistas como Newsom nos regresan la fe en esa verdadera creación artística, con géneros que ya no pueden llamarse puros, sino eclécticos, mezclando el folk, con tintes de jazz, blues y un pop que podría llamarse barroco, por estar tan cargado de sonidos, que antes de aturdir armonizan.
(Hace rato que había escrito esto sobre el nuevo álbum de Joanna, el cual salió desde principios de este año.)

Por la noche...

Queridos lectores que habitan este planeta de cada vez más no-lectores, no tengo mucho qué decir esta noche (o mañana para cuando lo lean, o tal vez noche nuevamente). Llevo más de dos horas leyendo, sentada en una cómoda y bonita silla de las cuatro que integran mi pequeño antecomedor, a falta de un buen sillón –es esto o la cama, pero de ser la cama sé que terminaría dormida al poco rato, o también el piso, pero después de un rato me duele el derriér-. He estado leyendo El libro vacío por Josefina Vicens, un libro que nunca había escuchado nombrar hasta hace poco, y que por encargo escolar es que lo leo. Les confieso que estoy disfrutando muchísimo de su lectura. La última vez que me saboree un libro de esta manera fue con Diderot y su Jacques el fatalista. Generalmente soy una lectora de esas lentas que de vez en cuando debe regresarse un par de párrafos para releer lo recién leído. Mi retención tiende a fallar también de vez en cuando. Sin embargo, no ha sucedido tal cosa esta ocasión, lo cual me ha hecho leer con cierta rapidez, lo cual me ha inyectado una especie de emoción infantil, ya saben, como cuando recitamos por primera vez las tablas de multiplicar sin titubeo alguno y completa confianza, o como cuando podemos recitar al derecho y al revés las diferentes declinaciones del latín, o como cuando logramos hacer que el carro encienda (en caso de que no quiera encender) sin necesidad de hablarle al hombre de la casa.

Mientras leía, escuché durante dos horas y pico, una y otra vez, un disco de Louis Armstrong que alcancé a bajar durante una clase en la cual se veía algo sobre Estructuralismo, principios lingüísticos y cosas por el estilo (si puse atención, lo prometo)… Louis va muy bien con El libro vacío. En especial el capítulo en el que José García decide ser el elegido para alegrar la vida de common-man, el hombre que ha sido vencido por la vida, el dinero, el trabajo y la mala suerte; en ese preciso momento, “What a Wonderful World” se escuchaba con la rasposa y sensual voz del Armstrong (así es, sensual). Demasiado prosaico tal vez, aunque en el momento fue una “algo” altamente placentero y que me llenó la piel de bolitas. Pero finalmente, capítulos más tarde, tuve que renunciar a la lectura a causa de los ojos, los cuales comenzaron a llorar, con venas venas saltonas, mismas que se tornaron de un rojo muy intenso. Al terminar intercambié a Louis por Esquivel.

Siempre que hago tarea, el antecomedor termina hecho un desastre. Ya no hay pedazo de la superficie que permanezca visible, todo se convierte en un mar de hojas, libros apilados, diccionarios abiertos, libretas de apuntes abiertas; la pluma aquí, el lápiz allá, el libro que, según yo leeré al terminar las labores, está en la esquina, el cenicero con tres colillas arrugadas y la cajetilla ya vacía. Una taza de café a medio terminar, un vaso que hasta hace unos segundos contenía agua al tiempo; mi celular que jamás suena (y no porque no sirva, sino porque nadie me llama, sólo mis padres), un pequeño encendedor de color verde-chinga-pupila, el anillo de matrimonio que me he tenido que quitar debido a que me queda un poco grande y se me resbala con cada golpe al teclado. Y ya cuando todo llega al punto de la exageración, debo de apilar las cosas, ordenadamente, en cada peldaño de la escalera. Pero qué puedo decir, me gusta mi desorden; lo caótico me llena la cabeza de ideas, me inspira, razón por la cual apilo las cosas… es un orden desordenado.

Bueno, eso fue todo. Leer El libro vacío provocó la necesidad de escribir, así como José lo hace en su cuaderno número uno; escribir sobre nada en específico, simplemente divagar. Y ahora, dejaré de escribir y permaneceré quieta, escuchando música, escuchando una orquesta tocando bajo la dirección de Esquivel, con un coro cantando “…y tal vez ni siquiera en tus sueños te acuerdas de mí… en el mar, junto a ti, junto a ti, junto a ti… Nocturnal… nocturnal”, mientras me fumo el último cigarro de la cajetilla que mi esposo dejó olvidada sobre la mesa.


sábado, 18 de septiembre de 2010

Una llamada de atención, la canción fuera de tiempo según Blur

"Out of Time", canción perteneciente al álbum Think Tank de la súper banda britpopera Blur, es otra de mis favoritas y una que yo podría poner entre sus diez mejores canciones. Años, varios años antes de este álbum, “The Universal” profetizaba la esclavitud tecnológica a la sociedad; la victoria del capitalismo, el consumismo y la globalización. Estos tres puntos tan específicos y deplorables, son la única razón por la cual existen guerras el día de hoy (Irak – Estados Unidos). Ante la amenaza de guerra, el mundo entero se levantó para protestar en contra de ella sin obtener éxito alguno. Desatándose la guerra, las protestas siguieron y siguieron, en forma de películas, de literatura y de música, entre otras, y "Out of Time" es una de esas canciones creadas con el propósito de la reflexión: “Where’s the love song?/ Set us free/ too many people down/ everything turning the wrong way round”, canta Albaran.

Sí, parece que todo corre al revés y nos hemos salido del tiempo; nos hemos atascado en un eterno purgatorio inducido por la bestia capitalista y nos hemos dejado arrullar por su hipnótico y tentador canto, en donde muchos terminamos arrollados y arrastrados por la corriente y otros logramos sujetarnos firmes en contra de ella. Incluso el grito que se escucha al inicio de la canción, es nada más y nada menos que aquel del mismísimo Dr. Who. Un tiro acertadísimo, pues el Dr. Who es un personaje de televisión que viaja a través del tiempo para hacer y deshacer nudos. Buena metáfora para todo lo que está pasando. Obviamente nosotros no podemos meternos a una cabina telefónica y viajar a través de la historia para enmendar nuestros varios errores, lamentablemente; lo que sí podemos hacer es tal vez dar el paso hacia el despertar de la conciencia y decidir no seguir siendo arrastrados por la corriente. "Out of Time" es una canción que me hace pensar en todo esto, esta canción me sacude y golpea la conciencia, me avienta rocas y sacos para que en ellos me meta y me los mida. Sartre estaría orgulloso… creo.

Fuera del obvio mensaje impreso por parte de Albaran, la canción le tira a ser una balada acústica dedicada a la conciencia humana. Tal vez suene cursi o ridículo, pero si la han escuchado seguramente sabrán de lo que hablo y si no la han escuchado, tómense unos 4 minutos para sumergirse en una delicia melódica.

And you’ve been too busy lately that you haven’t found the time/ to open up your mind/ and watch the world spinning gently out of time”.



jueves, 9 de septiembre de 2010

The Walkmen y lo que me sucedió cuando osé asistir a mi primer concierto

“We’ve Been Had” fue la canción con la que todo inició. Ese piano que embrujaba como con una canción de cuna, haciendo el “ven pa’cá” con el dedo índice; esa melodía salvajemente tranquila, el ritmo embelesador de sentidos… la sumatoria de estos elementos me cautivó y a partir de este punto me volví fan de esta banda neoyorkina. The Walkmen ya tienen rato moviéndose en la escena musical internacional y la sólida base de fans que a lo largo de los años se ha formado, como yo, se mueve en armonía con ellos. No es una banda que pueda llamarse comercial (gracias a Dios), en el sentido que Lady Gaga es comercial, o Madonna es comercial, o Coldplay es comercial… no. Estos muchachones mantienen su dignidad, su integridad, su carácter y su personalidad. Mantienen los acordes y los riffs, los ritmos y los beats. Mantienen su esencia, aquella que no cambia, que no se destruye. Evoluciona el sonido, evolucionan las letras, pero siguen siendo los mismos, rockeros, geeks y encantadores.

Hace unos años, The Walkmen fue la banda telonera en el tour de Incubus (no me pregunten cuál, porque no recuerdo), y visitaron la vecina ciudad de El Paso, Tejas. Mi mejor amigo llegó un día y me dijo “he aquí un boleto extra, intencionalmente comprado para mi novia, con la que acabo de cortar… ¿quieres ir?”. Me valió ser plato de segunda mesa, el concierto lo valía. Claro que quería ir, era The Walkmen e Incubus me gustaba rete-harto también. Así que me preparé para vivir mi primer concierto y gritar con todo el aire de mis pulmones; la emoción era demasiada, tanta que las venas de mi frente no paraban de punzar. Llegamos por fin a la caseta, después de una hora y tanto que hicimos de línea. El oficial pide los pasaportes, revisa el mío, me voltea a ver y me dice que me baje del carro y me regrese: “su pasaporte ya venció”. Le quité de las manos el cuadernillo verde y vi que llevaba vencido tres días. Por más que rogué y expliqué, con toda la amabilidad y la ternura de una muchacha melómana que nunca ha ido a un concierto puede demostrar, que sólo eran 3 pinches días y yo ya contaba con el boleto del concierto. “Nou, usted nou puede pasaorrrr. Se baha de el carrou ou los ruegresou a todous”, me contestó; así pues, me bajó del carro y con el orgullo, la dignidad y los sueños aplastados por el Tío Sam, caminé derrotada de regreso al otro lado, a mi lado. Gracias a mi madre que llegó con una hamburguesa para así poder ahogar las penas con el comestible consumismo gringo.

Mientras la oportunidad me vuelve a tocar a las puertas, The Walkmen me llega con Lisbon, lo más nuevo dentro de una obra discográfica que va creciendo a paso constante y seguro, y mientras lo escucho una y otra y otra vez, puedo decir, con absoluta seguridad, que han retornado a su lugar de origen, revisitando y rehabilitando ese sonido ya característico el cual corre como líquido medular. Sórdidas guitarras emulando algún tipo de Surf o Rock-a-billy. Ritmos de una complejidad bastante sencilla, acompañados por la aguda, y un tanto gangosa, voz de Hamilton Leithauser. Lisbon no es un álbum excelente y definitivamente no sobre pasa la grandeza de You & Me, no es un álbum tan violento y ruidoso como Bows + Arrows, y ya no cuenta con esa tierna ingenuidad de su debut, sin embargo, hay algo. Tiene un no sé qué, que qué se yo. Tiene, como he dicho, esa esencia que tanto nos gusta (a los fans) de The Walkmen. Tal vez sea que las canciones parecen ir fuera de tiempo o la crudeza de la composición. O simplemente es el mundo al que nos introduce, un mundo en donde se puede decir “déjame en paz… me vale madre todo”, un mundo en donde nos desquiciamos moviendo frenéticamente los pies al ritmo de cada canción, un mundo en donde es válido tocar air-drums o air-guitar. El mundo de los toquines, los bares, los cigarros, los converse y los entubados. Quizá quien no guste de esta banda, escuche Lisbon y sienta ganas de vomitar (porque se vale), quizá, incluso, habrá el fan que diga “esto es mierda”, pero por lo pronto, esta fan (o sea yo) está de lo más divertida moviendo frenéticamente la cabeza, tocando air-drums con el volumen a todo lo que da.

Confesión para un jueves

Me preguntaron hace no mucho tiempo, por qué me dedicaba a escribir cosas como reseñas u opiniones de discos, películas y cosas por el estilo, y no escribía sobre la problemática social de la ciudad o del país. En ese momento me sentí un poco estúpida por ello, me dolió la conciencia y dije “es cierto, ¿qué estoy haciendo?”. Días después caí en cuenta de que no tenía, ni tiene, nada de malo; no es que no me interese, o que no me preocupe, porque si algo me define, es el ser muy preocupona, demasiado (lo cual es muy malo, lo sé. No es indiferencia a la situación y tampoco es que no quiera correr la voz sobre esto, pero es que, parece que ya todo el mundo lo único que hace es platicar sobre el tema, y no es para poco la cosa. Pero a veces, el hecho de voltear hacia cualquier lado y no escuchar más que “y mataron a… y robaron a… y extorsionaron a… y el gobierno aquí… y el gobierno allá…” es cansado, muy cansado. Es estresante, es triste y desesperante, y lo único que provoca es que uno quiera correr a casa a hundirse en una total y profunda depresión. Mi forma de ver las cosas, va un poco por el otro lado. A veces es tanta la información negativa que se recibe durante el día; una exagerada saturación de crisis, problemas, violencia, miedo, confusión, etc., que es difícil encontrar un punto que se mantenga estático entre tanto caos. El punto estático en el que yo encuentro descanso, en el cual yo puedo respirar tranquila y sonreír es la música, el cine, la pintura, la literatura. Ese punto estático es lo que me recuerda que hay muchas cosas buenas que aun valen la pena descubrir, saborear, analizar, compartir y platicar sobre ello. Ese punto estático es lo que me dice que así como yo, hay muchos, miles y millones que buscan ese pequeño cambio, tener también ese pequeño, diminuto e “insignificante” punto estático. Por esa razón escribo lo que escribo, por esa razón me gusta lo que me gusta y me hundo y embarro en la belleza del arte. Como dijo Plotino, el arte es el medio por el cual llegaremos a esa esfera superior, a la salvación.

lunes, 6 de septiembre de 2010

En los suburbios

¡Hola querido blog! Ya te extrañaba. Agosto fluyó en una egoísta negligencia de mi parte hacia ti gracias a dos importantes acontecimientos: número uno, inicié el semestre en la universidad, con los primeros días como si fuesen los últimos, parecía que todos los días entregaba un trabajo final, y dos, no sabía qué escribir o de qué escribir. Tal vez por tanta cosa mi mente se secó casi por completo, pero no problemo, todo vuelve a la normalidad, incluyendo los fluidos cerebrales (ideas y opiniones incluidas). Esta mañana, de no sé qué día de septiembre, he amanecido con una bendita cruda y con la cabeza partida en dos. Aunque dos cafeaspirinas ya dieron solución al problema, aparentemente. Lo único que falta es saciar la sed y apagar el horno que parece estar encendido en mi estómago (temo que ya comienzo a sufrir los horrores de la gastritis, ¿signos de la edad?). Pero como dicen, lo bailado ni quién me lo quite. A lo que iba. Siendo que Orfeo se ha negado a cantarme canciones de cuna, a este lo he sustituido por mis habituales listas de música.

Hace rato que tengo almacenado en mi disco duro el nuevo álbum de Arcade Fire, The Suburbs y no había dicho nada al respecto (lo siento mucho). Según las estadísticas, lo había escuchado alrededor de 12 veces, pero no había prestado mucha atención sino hasta este momento y puedo decir, así de primeras a segundas, que los 80s llegaron ya. Bueno, llegaron desde hace mucho, desaparecieron y las corrientes y modas musicales hicieron que reaparecieran después de casi 20 años de ausencia. El sonido sintético que esa década de extravagantes peinados y atuendos trajeron al mundo, se ha rehabilitado para presentársenos fresco, jovial y con un par de cirugías cosméticas aquí y allá. Bandas como M83, Stars, Passion Pit, Animal Collective, etc., dieron muestras claras que la corriente ochentera (si es que se puede llamar así) era el punto primario de inspiración e influencias. Arcade Fire parece haber agarrado ese mismo tren.

The Suburbs es un álbum que, al igual que Neon Bible y Funeral, vuelve la mirada al pasado; es un ahogarse en la nostalgia del ayer para compararlo con la fatalidad del hoy: Now our lives are changing fast/ Now our lives are changing fast/ Hope that something pure can last. Sí, tal vez parezcan disco rayado, pero el estilo musical renueva su ya conocida visión del mundo, dejando de lado un poco lo orquestal para dar paso a los sintetizadores como en “We Used To Wait”. Incluso revisitando el punk inglés en “Month of May”, la canción que más resalta en el disco y quizá la más light (en cuanto a la letra); imagino que por eso fue sucedida de “Wasted Hours”, la cual vuelve a calmar los humores con un ritmo folk y tranquilo. Incluso, hasta por el mismo título, parece arrepentirse de haber perdido el tiempo en el sinsentido del punk; como si hubiese culpa alguna que pagar por regocijarse en el infinito placer que provoca una buena canción. No lo sé, parece muy jalado lo sé, pero eso es lo que a mí me pareció.

Este nuevo álbum de esos tan poéticos y (a veces) muy serios canadienses, sí es en definitiva una evolución en cuanto a los estilos y los sonidos, en cuanto a ritmos y actitudes. Es un álbum que mantiene coherencia de principio a fin y no hay una canción en ella que uno llegue a pensar “como que esto no va”. Este es uno de esos discos que bien se escuchan sin adelantar nada, porque todo es bueno, quizá diga mucho; quizá en un par de meses ya no sea así, pero por el momento, lo disfruto mucho.